Un país está sometido si depende de otros para su alimentación

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Los precios agrarios son inferiores al coste de producción en todo el mundo

La figura de José Bové se ha convertido en un mito para millones de militantes del movimiento antiglobalización en todo el mundo, para los detractores de los cultivos transgénicos y de las multinacionales que los favorecen.

Se trata de un defensor a ultranza de la soberanía alimentaria de las naciones, que ha llegado a ser todo un símbolo en Francia por su ataque -y posterior condena -a las instalaciones de McDonald's en 1999. Ahora espera pacientemente la confirmación de otra sentencia posterior -por destruir plantaciones transgénicas- que lo llevará posiblemente a la cárcel a finales de año. Y todo ello, alega, por su activismo en pos del «interés general», porque la agricultura que desarrollemos «definirá el mundo que dejaremos a las generaciones futuras». Esta semana ha visitado Bilbao para asistir a unas jornadas sobre agricultura organizadas por el Consejo Económico y Social (CES) vasco.

- ¿El movimiento que usted lidera es de izquierdas o de derechas, o quizás está la margen de esta clasificación tradicional?

- La defensa de la agricultura es una cuestión que implica al conjunto de la opinión pública. Las cosas que defendemos han sido aceptadas por la mayoría de la gente y por los sindicatos. Los agricultores han de participar de una forma justa y solidaria de la riqueza del país, y ésos son valores de la izquierda.

- ¿Cree que conceptos como el de soberanía alimentaria son aplicables a países de la UE o deben reservarse para los del tercer mundo?

- La soberanía alimentaria es un derecho de todos los pueblos del planeta. Las instituciones internacionales deben aceptar que es más importante que los derechos de las empresas multinacionales. Eso quiere decir que es necesario que la agricultura salga de la Organización Mundial de Comercio (OMC). No es normal que toda la política agraria mundial esté tergiversada. Es absolutamente absurdo y una manipulación de la realidad que el 10% de la producción del sector viaje de un continente a otro. Cada país debe producir lo que necesita, y eso deberían asumirlo las multinacionales. Son los habitantes de los países quienes deben decidir lo que producen, porque no existen posibilidades de sobrevivir sin la capacidad de alimentar a su población. Un país está sometido si depende de otros para su alimentación.

Subida de precios

- Pero si los países europeos ejercen esa soberanía alimentaria, ¿no se están restando posibilidades de desarrollo a los del tercer mundo, cuya única posibilidad de avanzar es vender sus productos a agrarios?

- Ese argumento es una ilusión. La mayoría de los agricultores del Sur producen para el mercado local. No son ellos quienes abastecen los grandes mercados mundiales. Eso lo hacen las grandes empresas. En el mundo hay 1.500 millones de agricultores, de los que 28 millones tienen tractor; 250 millones disponen de tracción animal y 1.300 millones trabajan a mano para alimentar a su familias y aprovisionar los mercados locales. Por ello, no creo en absoluto que la exportación ayude a los campesinos del Sur. Al contrario, la entrada de productos subvencionados procedentes de los países ricos les impide la posibilidad de desarrollar su potencial. Y es que los precios agrarios son en todo el mundo inferiores al coste de producción como consecuencia de las subvenciones. La situación favorece a los países ricos, que exportan sus excedentes.

- ¿Su movimiento no corre el peligro de perder apoyo de la población como consecuencia de que la política que defiende haría subir los precios?

- Los estudios de la Comisión Europea han llegado a la conclusión de que un aumento del 30% del precio de los productos en origen, el que se paga a los agricultores, tendría una repercusión del 1,5% sobre los consumidores.

Multinacionales

- ¿Las multinacionales son el mal, el lado oscuro de la agricultura?

- Funcionan como entidades financieras. Su único objetivo son los accionistas y el reparto de dividendo cada año.

Esto es una aberración en este sector. Todos los totalitarismos fueron suprimidos al final del siglo XX, salvo el de la economía liberal, que es el más importante porque de alguna manera engloba a todos los demás.

- Azúcar, vino, cereales... Reforma tras reforma, la Política Agraria Común (PAC) de la UE parece que quisiera cercar al agricultor europeo. ¿Cuál es la alternativa?

- Hay que desconectar la PAC de la OMC. No es normal que este organismo pueda modificar las reglas internas de la UE, creando una situación que sólo interesa a las multinacionales. Es inaceptable. Debe hacerse una política que permita la diversidad de la producción agraria en favor del consumidor, la biodiversidad, la calidad, el sabor y el entorno. No es lógico que en la agricultura una hectárea de pasto reciba una ayuda diez veces inferior a otra de maíz irrigado, cuando se está perdiendo mucho dinero con este cultivo, por las subvenciones.

- ¿Cuáles son los peligros sociales, culturales, económicos... de esa política?

- Es algo global. La agricultura es una cuestión central, es un modo de vida. A la vez, trasciende las relaciones sociales y culturales, y es también una forma de construir el futuro. La forma en que desarrollemos la agricultura definirá el mundo que vamos a dejar a las generaciones futuras. Si se destruye el suelo, si se contamina la naturaleza y acaba con la biodiversidad, no hay futuro.

- ¿Es usted optimista en esta quijotesca batalla contra los gigantes?

- Sólo me considero un pesimista activo.

Correo Digital, Internet, 3-6-06

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