Washington, México y Cancún, por Luis Hernandez Navarro
El libre comercio de Bush: que otros cumplan las reglas
En la baraja política estadunidense las grandes corporaciones tienen un as. Su nombre es Robert Zoellick y ocupa el puesto de secretario de Comercio con rango de Embajador del más importante mercado del planeta. Es el principal asesor del presidente George W. Bush en materia comercial y su negociador en jefe en cuestiones de comercio. Será una de las figuras claves en la V reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se efctuará en Cancún.
Fundamentalista del libre mercado egresado de la Universidad de Harvard, indistintamente funcionario público o gerente empresarial, Robert Zoellick ha sabido representar muy claramente los intereses de las grandes compañías en las políticas públicas comerciales. Fue subsecretario de Estado bajo las órdenes de James Baker, durante el gobierno de George Bush padre, pero trabajó también como consultor de Enron, empresa de la cual fue accionista hasta que se reintegró a la administración pública. Funcionario del Departamento de Estado entre 1985 y 1988, fue parte, años después, del Consejo del consorcio Viventures/Vivendi Universal, uno de los gigantes que controlan el agua potable en el mundo, además de producir armas, ocupar un lugar privilegiado en la industria de los medios y presionar para privatizar las compañías telefónicas de los países pobres. Zoellick trabajó también con SAID, una firma dedicada a la seguridad en los sistemas de comunicación basada en Sudáfrica, fletada en Bermudas. Entre sus actividades se encuentra la defensa de los derechos de propiedad intelectual tales como patentes y derechos de autor, especialmente aquellos que son parte del patrimonio de compañías estadunidenses. SAID también lucha contra la piratería en Internet.
El hoy secretario de Comercio laboró para el gigante Goldman Sachs y para Alliance Capital, una firma líder en inversiones globales, con bienes por un monto de cerca de 430 mil millones de dólares. Así las cosas no resulta extraño que la agenda comercial que ha defendido para el comercio como jefe de las negociaciones comerciales de su país corresponda puntualmente a las exigencias de los grandes consorcios. Zoellick ha buscado que en los acuerdos comerciales firmados con otros países o en la reglamentación de los organismos multilaterales se incluyan medidas como la negativa a que otros países tengan alguna forma de control de capitales, la prohibición a que los gobiernos extranjeros favorezcan en sus compras a empresas nacionales y la obligación de los gobiernos a indemnizar a las compañías estadunidenses en caso de que sus ganancias sean afectadas por políticas públicas.
Como él mismo ha dicho: "El libre comercio trata sobre la libertad. Es importante para nuestra economía pero también lo es para otros intereses y valores en todo el mundo. Siempre he creído que la apertura es la carta victoriosa de Estados Unidos. Nos hace más fuertes como pueblo y más dinámicos como nación." Ese es el hombre con el que el resto del planeta deberá enfrentarse en Cancún.
El rediseño de las fronteras
El país de las barras y las estrellas ha decidido volver a dibujar los contornos de las fronteras nacionales. Suena la hora del unilateralismo del Tío Sam. Poco después del 11 de septiembre de 2001 George W. Bush lo dijo con claridad: "La historia nos ha dado la oportunidad de defender la libertad y combatir la tiranía, y es exactamente lo que vamos a hacer. No bajaremos la guardia hasta terminar. Algunos se relajarán, otros se cansarán, pero no será mi caso, ni el del gobierno de Estados Unidos, ni el de mi país."
La guerra juega un papel clave en el establecimiento del nuevo orden. Es parte del ciclo de expansión y consolidación de un nuevo ciclo de reformas neoliberales y no un mero accidente propiciado por un grupo de fundamentalistas religiosos. Su objetivo es imponer un gobierno de la globalización autoritario, establecer un nuevo imperio, o en palabras de William Kristol y Robert Kagan una "hegemonía global bondadosa".
Otra vez, lo señaló el hombre de la Casa Blanca: "Los terroristas atacaron el World Trade Center, y nosotros los derrotaremos expandiendo y promoviendo el comercio mundial." Su secretario de Comercio le hizo segunda señalando: "Los enemigos de hoy aprenderán que Estados Unidos es el motor económico de la libertad, las oportunidades y el desarrollo. A tal fin, es vital el liderazgo estadunidense al promover el sistema económico y el comercio internacional. El comercio es algo más que eficiencia económica. Promueve los valores centrales de esta prolongada lucha." La pasión estadunidense por el libre comercio no está guiada por la generosidad sino por la ambición: quiere abrir nuevos mercados para sus productos y sus compañías. Washington ha dado muestras de que el unilateralismo que sigue en la diplomacia abarca también muchos otros ámbitos, incluidos sus políticas comerciales. La nueva Farm Bill, el incremento de los aranceles a los productos siderúrgicos de otros países, el Trade Promotion o Fast Track, la votación de la Cámara de Representantes en contra del etiquetado en origen de la carne de vacuno son algunas de las perlas que forman este collar.
Uniliateralismo y multilateralismo comercial
Pero ¿acaso esta vocación unilateralista en la imposición de un nuevo Imperio no choca con la disposición para abrir sus mercados, fomentar el intercambio internacional de mercancías y participar en la construcción de un sistema mundial de comercio? El apetito de la sociedad estadunidense por el consumo parece no tener fin. Lejos de disminuir ante las dificultades económicas, su capacidad para devorar mercancías de todo el planeta crece con el tiempo. El déficit de su balanza comercial es enorme y sostenido. Si en 1972 era de apenas el 0.5% de su PIB en el 2000 llegó al 4.5% y en 2002 fue deficitaria en 435 mil millones de dólares.
Desde 1935 Estados Unidos ha venido abriendo sus fronteras gradualmente para ciertos productos de socios específicos. La media tarifaria actual sobre el conjunto de las importaciones es de cerca de 2% y la media sobre todos los productos no exentos es de 4%. A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial Washington ha desempeñado un papel clave en la promoción y el funcionamiento del sistema mundial de comercio. Casi todas las grandes rondas de negociación para la liberalización comercial han sido impulsadas por él. No hay, en este terreno, potencia capaz de sustituirlo, aunque, coyunturalmente, la Unión Europea haya sido un contrapeso a sus planes.
Estados Unidos ha aceptado someterse al sistema de solución de disputas de la OMC, a pesar de haber perdido varios casos importantes en este foro. Ha desempeñado, además, un importante papel en las negociaciones post-Doha. ¿Puede acusársele entonces de unilateralismo? ¿No demostrarían estos hechos que su retórica antiproteccionista es sincera? Un análisis más detallado de ellos muestra una realidad distinta. En parte, el déficit en la balanza agropecuaria se compensa con la transferencia de recursos que los países periféricos hacen por concepto de pago de patentes, tecnología y regalías en general, así como del avance que sus empresas han tenido en invertir sin trabas en otras naciones, gracias a la prohibición de índices de nacionalización en los proyectos de inversión extranjera.
Es cierto que las tarifas arancelarias estadunidenses son, en promedio, bajas, pero esta media oculta el hecho de que las tarifas más altas son aplicadas a mercancías provenientes de países no desarrollados destinados al consumo de sus habitantes pobres, como ropa y calzado. Este monto oculta, además, la existencia de un verdadero arsenal de medidas de protección tales como salvaguardas, antidumping, derechos compensatorios contra subsidios, requisitos sanitarios y fitosanitarios, barreras técnicas para manufacturas, requerimiento de empaque o restricciones ambientales.
Por si fuera poco, los cuantiosos apoyos que ciertos productos reciben y que provocan que su precio sea artificialmente bajo(sobre todo en el caso de algunos cultivos), hacen prácticamente imposible a los exportadores extranjeros poder incursionar en el mercado imperial. El multilateralismo comercial le interesa a Estados Unidos en tanto ellos son los principales beneficiarios de su funcionamiento. Es en este marco que los sectores más dinámicos de su economía tales como la biotecnología, la informática, las patentes genéticas y el comercio electrónico, resultan ser los ganadores netos de negociaciones para adoptar reglas sobre temas aún no incluidos. Se trata de un sistema que beneficia a sus empresas, y que le permite el uso de su poder de mercado. Por lo demás, este multilateralismo está claramente acotado. desde la firma del primer tratado de libre comercio con Israel, en 1985, Washington ha entrado en una febril construcción de pactos comerciales de diverso tipo al margen de la OMC. Según el secretario Zoellick, el presidente Bush tiene la llave "que necesita para empujar la liberalización comercial globalmente, regionalmente y bilateralmente. Al avanzar en múltiples frentes, estamos creando una competencia en la liberalización, colocando a Estados Unidos en el corazón de una red de iniciativas para abrir mercados. Si hay quien esté listo para abrir sus mercados, Estados Unidos será su socio. Si otros no están listos, Estados Unidos avanzará con los países que lo estén."
La lista de los acuerdos de libre comercio aprobados o en negociación crece rápidamente: Canadá, México, Chile, Singapur, los cinco países que integran el Mercado Común Centroamericano, las cinco naciones que forman la Unión Aduanal Africana, Marruecos, Australia, y por supuesto, el ALCA. Estas negociaciones evitan hacer concesión alguna en ramas como la agricultura, argumentando que requieren de un acuerdo global y sistémico, pero exige -como sucede con el ALCA- hacer compromisos en temas claramente globales y sistémicos como propiedad intelectual, inversiones, servicios, competencia y compras gubernamentales.
El dogma de la liberalización comercial propagado por Washington busca fortalecer su capacidad para dosificar el acceso de los socios hacia su mercado de acuerdo con las concesiones obtenidas para sus empresas en otras naciones. No en balde el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, afirmó que la nueva ley agrícola es "el ejemplo perfecto de la hipocresía de la administración Bush en materia de liberalización comercial".
La guerra de los alimentos
La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados Unidos ha aceitado desde hace décadas. Como ha señalado Peter Rosset, guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente vinculados a la estrategia económica de la Casa Blanca desde los setenta. Desarrollo de la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadunidense en la economía mundial. La comida es un instrumento de presión imperial. John Block, secretario de Agricultura entre 1981 y 1985, afirmó: "El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo para volverse autosuficientes en la producción de alimentos debe ser un recuerdo de épocas pasadas. Estos países podrían ahorrar dinero importando alimentos de Estados Unidos". Los productos agrícolas made in USA son una de las principales mercancías de exportación de ese país. Con su mercado interno saturado está empujando, agresivamente, para abrir las fronteras a sus alimentos. Una de cada tres hectáreas se destina a cultivar productos agropecuarios para exportación. Una cuarta parte del comercio rural la realiza con otros países. El presidente Bush lo ratificó al firmar la Ley de Seguridad para las Granjas e Inversión Rural de 2002. "Los estadunidenses no pueden comer todo lo que los agricultores y rancheros del país producen. Por ello tiene sentido exportar más alimentos. Hoy 25% de los ingresos agrícolas estadunidenses provienen de exportaciones, lo que significa que el acceso a los mercados exteriores es crucial para la sobrevivencia de nuestros agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo tan sencillo como puedo: nosotros queremos vender nuestro ganado y nuestro maíz y nuestros frijoles a la gente en el mundo que necesita comer."
La estrategia de negociar simultáneamente país por país o región por región acuerdos de libre comercio y simultáneamente buscar acuerdos globales en el marco de la OMC, coloca a Washington en una posición en la que puede utilizar su fuerza y obtener concesiones significativas frente a naciones más débiles que se ven obligadas a ceder para tener acceso al mayor mercado del planeta, al tiempo que lo colocan en mejor posición frente a otros rivales comerciales. De acuerdo con Zoellick, en el caso específico de la gricultura, esta agenda "tiene el potencial para obtener mayores beneficios a la agricultura estadunidense, aún si trabajamos en las negociaciones de la OMC. Estas iniciativas nos permitirán nivelar el campo de juego" con otros países (...) "Estas negociaciones ayudan a asegurar la apertura de mercados para las exportaciones agrícolas mientras se reserva la reforma a los subsidios a los compromisos de la OMC." O sea, con estos tratados de libre comercio Estados Unidos no tiene que modificar sus cuantiosas subvenciones agrícolas pero puede obligar a los demás a hacer todo tipo de concesiones.
México y los nuevos springbreakers
Si en alguna nación se ha cumplido el sueño de libre comercio de los nuevos springbreakers, esos fanáticos de la ruptura de aquellas regulaciones que contienen la expansión ilimitada de los capitales y que aterrizarán en Cancún para seguir el reventón privatizador, ese es México. Este país tiene 10 tratados de libre comercio con 32 países, está negociando otros con Panamá, Uruguay y Japón, y participa en el ALCA. Entre 1990 y 2001 su comercio creció a un promedio anual del 13.4%. Sin embargo, este "éxito" tiene mucho de espejismo. El comercio crece pero la economía está estancada. En el mismo lapso el PIB se incrementó a un ritmo de sólo el 2.7%. El saldo comercial con la Unión Europea creció espectacularmente, y la balanza comercial con Estados Unidos es superavitaria debido a las exportaciones petroleras y maquiladoras. En palabras de Alejandro Nadal: "Como Alicia, tenemos que correr más rápido para mantenernos en el mismo lugar". No obstante el fracaso, los funcionarios mexicanos insisten en esta misma ruta a la hora de decidir qué van a hacer en Cancún. Han apostado el futuro del agro mexicano a la reunión de la OMC. Allí -han dicho- buscarán presionar a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón para que reduzcan los apoyos que brindan a sus productores rurales.
Pero poco duró el efecto de las declaraciones de los funcionarios mexicanos. Fueron refutadas unas cuantas horas después. Ernst Micek, director general de la agroempresa Cargill, señaló: "No podemos reducir los subsidios en agricultura. Estados Unidos no modificará su política antes de ocho o diez años". Y Kathleen B. Cooper, subsecretaria de Comercio, aseguró: a corto plazo los subsidios que aprobó el Congreso al sector agrícola no podrán disminuirse.
Efectivamente, la política de subvenciones rurales de Estados Unidos no se modificará. Al igual que se hace ahora, el anterior Farm Bill, llamado Libertad para Sembrar, se aprobó anunciando que prepararía el terreno para acabar con los subsidios. En lugar de ello, terminó elevándolos. Farol de la calle, oscuridad de la casa, Estados Unidos ha impulsado sistemáticamente en los foros internacionales la reducción de los subsidios agrícolas, pero los ha incrementado dentro de sus fronteras. Esa fue su posición en septiembre de 1986 durante las conversaciones de Punta del Este. Lo mismo sucedió en julio de 1987 con la llamada Opción Cero, en la que propuso la reducción de todas las subvenciones agrícolas que distorsionaban el comercio o la producción en un plazo de 10 años. En septiembre de 2001 se unió al grupo Cairns (formado por 17 países agroexportadores) para reformar el sistema de comercio internacional y eliminar todos los subsidios que deforman los mercados. Y aunque apenas en la reunión de la OMC del año pasado, en Doha, refrendó su política antisubsidios, como lo hace ahora de cara al encuentro mexicano, aprobó un nuevo Farm Bill que refuerza las subvenciones a las grandes corporaciones agropecuarias. No hay en los representantes estadunidenses señal alguna que permita suponer flexibilidad en las negociaciones.
En septiembre llegarán a Cancún los nuevos springbreakers a seguir su desenfrenada carrera por acabar con las medidas que permiten a los gobiernos regular el comportamiento de las empresas privadas. Falta ver si la sociedad civil internacional y los países pobres se los permitirán.
Todo apunta a que en Cancún, dentro de unos días, Estados Unidos mostrará nuevamente que su bandera de liberalización económica lleva una fuerte carga de hipocresía. Washington busca acabar con las medidas de otros gobiernos que pretendan regular el comportamiento de las grandes empresas, pero no está dispuesto a ceder un milímetro en los enormes subsidios agrícolas que otorga dentros de sus fronteras. Que se cumplan las reglas, pero en los bueyes de mi compadre.