Aldea Avatí: una experiencia popular para la vuelta al campo

Idioma Español
País Uruguay

El despoblamiento del campo es un fenómeno complejo y multidimensional que tiene causas diversas como la guerra, las presiones del agronegocio, la concentración de la tierra, la falta de acceso a mercados, la vulneración a derechos fundamentales o la avasallante narrativa del progreso. Este fenómeno de despojo, que se vive en toda América Latina, tiene un correlato con el crecimiento de los cinturones de pobreza en las ciudades y es una expresión del periodo de crisis civilizatoria por el que estamos atravesando. El modo de producción y consumo hegemónico expulsa a las juventudes del campo y niega posibilidades a las juventudes de la ciudad, lo que atenta contra la soberanía y la justicia social de los pueblos. Aun en este contexto, desde diversos esfuerzos de organización se busca resistir y construir nuevos horizontes para la permanencia, el retorno o la incorporación de jóvenes al campo, a través de la agroecología y el mundo nuevo que contiene.

Foto: Amelia Collins

Una de las varias experiencias estimulantes para reflexionar sobre la garantía de los derechos a “Tierra, Techo y Trabajo” de juventudes del campo y la ciudad, de clase popular y trabajadora, sucede en Uruguay y es protagonizada por el colectivo de jóvenes de la Aldea Avatí. Ésta es una experiencia que ha crecido desde “abajo”, “pequeña”, que sigue en construcción, que no es perfecta ni lo cambia todo, pero que es valiosa si pensamos la agroecología en perspectiva emancipatoria. Estas microexperiencias generan despliegues reflexivos sobre la vuelta al campo y estrategias de largo aliento para la recampesinización, y se inscriben en las apuestas del cambio que “aún no es, pero está siendo”.

La Aldea Avatí no tiene nada que ver con las famosas “ecoaldeas”, “ecovillas” o “ecocomunidades”, que se encuentran en cualquier región de América Latina y que pueden tener aprendizajes interesantes, pero que fundamentalmente están restringidas a clases privilegiadas. Las y los jóvenes de Avatí accedieron en 2014 a 20 hectáreas de tierras públicas administradas por el Instituto Nacional de Colonización (INC) y desde entonces desarrollan no sólo un proyecto productivo de horticultura agroecológica, sino una apuesta de vida.

La experiencia representa un hito en las adjudicaciones de tierra del INC, ya que por primera vez en la historia de la institución se combinaron factores como la producción agroecológica, los procesos colectivos, el acceso a tierra para jóvenes y la incorporación al campo de jóvenes con trayectorias de vida urbanizadas, con los “códigos del barrio”. El acceso a la tierra surgió en medio de una coyuntura política favorable, donde se priorizó la tierra para trabajadores y trabajadoras rurales. Sin embargo, no fue el diseño de la política pública lo que habilitó la llegada al campo de las y los jóvenes, sino más bien sus procesos de organización para el reclamo de tierra y para el desarrollo de experiencias productivas.

Los antecedentes de Avatí se pueden situar en el contexto de la crisis del 2002, una de las más agudas de la historia de Uruguay. La crisis y sus efectos vulneraron el derecho al alimento, generaron pérdida de puestos de trabajo y le arrebataron los sueños a una generación de jóvenes. La respuesta social para impulsar una cruzada contra el hambre involucró diversas organizaciones, siendo determinante la labor de la Coordinadora de Ollas Populares.

En este contexto se expandieron las huertas comunitarias y la creación de ollas, como sucedería en Empalme Olmos, una localidad de unos 4200 habitantes, ubicada en el departamento de Canelones, a 40 kilómetros al noreste de Montevideo. A dos años de sostener las dinámicas de la olla, un grupo de jóvenes abrió un cuestionamiento respecto a la situación de dependencia que se estaba generando y la pasividad de muchas de las personas beneficiarias de la olla. En esas discusiones se fortaleció la idea de la exigencia de tierra como opción de vida, autogestión del trabajo y como respuesta digna al problema del acceso a alimentos.

Con esta perspectiva, las y los jóvenes iniciaron un trabajo de relevamiento de tierras públicas abandonadas en los alrededores de la localidad, así como el desarrollo de experiencias productivas en pedazos de tierra prestados. Entre el 2004 y el 2008 se generaron diferentes apoyos vecinales para el proyecto productivo, se establecieron relaciones con la Red Nacional de Semillas Nativas y Criollas (Red de Semillas) y se trabajó en la incidencia política en el contexto de la llegada al poder de la coalición progresista del Frente Amplio. Entre 2009 y 2012 el grupo de jóvenes tuvo que abandonar un proceso productivo que desarrollaron por cinco años en tierras prestadas. No obstante, en ese periodo se profundizaron los vínculos con la Red de Semillas y se ampliaron algunos apoyos con grupos de la Universidad de la República.

En el 2013, a raíz de los encuentros estimulados por la Red, se incorporan al grupo dos personas, compañeras, que venían desarrollando experiencias de huerta urbana en Montevideo y que también estaban en la búsqueda de tierra. El grupo continuó buscando el acceso a la tierra y desarrollando un proceso productivo, pero con limitación en recursos y algunas dificultades para obtener los resultados esperados. En febrero de 2014, el colectivo organizado y con el respaldo de la Red de Semillas, se presentó al llamado público del INC para el acceso a un predio en Rincón de Pando, a 9 kilómetros de Empalme Olmos. En noviembre de ese año recibieron la adjudicación de un campo de 20 hectáreas y firmaron un contrato de arrendamiento.

Una lucha de muchos años, que incluyó las manos de muchas madres y padres, personas vecinas y amigas, y espacios de afinidad. Esto demandó al menos dos generaciones de jóvenes (la mayoría de quienes aportaron al proceso y continuaron por otros caminos), pero obtuvo una gran conquista social. Un grupo de seis jóvenes que no nacieron en la tierra, reivindicaban sus raíces y la memoria ancestral, que a pesar de ubicarse en geografías tan diversas como España, Italia, Uruguay o Yugoslavia, tenían el mismo corazón campesino. 

Esa forma de llegada a la tierra fue una expresión de justicia y libertad. Fue la posibilidad de construir condiciones para tener un trabajo autogestionado, sin la explotación del patrón, para levantar un rancho propio, para recibir una familia, para proyectar un horizonte de vida valorado y, como mencionaban algunos compañeros, para escapar al destino de muchos y muchas jóvenes de barrio: la calle, las rejas o la tumba.

Se celebró, sabiendo que llegaba un nuevo proceso desafiante. Se accedió a la tierra, entendiendo también que el campo adjudicado no tenía nada: ni rancho, ni agua, ni suelo fértil. Fueron diversas redes de apoyo, gestiones con la administración local y la voluntad inagotable de compañeros y compañeras, que impulsaron los esfuerzos para “hacer el aguante” y empezar a construir condiciones para habitar. De esta manera se iniciaron procesos para la adecuación del suelo, la construcción del primer rancho de resguardo colectivo, se fueron ganando nuevos conocimientos en la práctica de la agricultura, impulsando circuitos cortos de comercialización y, en definitiva, reafirmando una opción de vida, un proyecto de pasado, presente y futuro.

En 2016 se puso en marcha un proceso político, organizativo e identitario a través de los Campamentos Nacionales de Jóvenes por la Soberanía Alimentaria. Avatí fue el anfitrión del primer campamento, donde se intercambiaron miradas sobre el acceso a la tierra para jóvenes y sobre su rol en la construcción de la soberanía alimentaria y la agroecología. En el campamento participaron jóvenes de diferentes partes del país, provenientes de espacios tanto rurales como urbanos, quienes estuvieron conociendo la experiencia y las proyecciones de vida y trabajo en el campo del colectivo anfitrión.

El campamento fortaleció los procesos de otros colectivos, que vieron expresadas sus aspiraciones de vida en la tierra con la experiencia de Avatí.  Algunas personas que participaron de ese encuentro posteriormente se organizarían en otros colectivos que también accedieron a tierras del INC y serían los anfitriones de los campamentos de 2017 (Grupo Los Parientes), 2018 (Colectivo Agroecológico El Ombú) y 2021 (Colectiva Punta Negra).

En el 2018 ingresaron al colectivo dos compañeras y un compañero. La presencia de las mujeres iniciaría una nueva fase donde ganarían espacio las posturas feministas, en un grupo hasta entonces conformado fundamentalmente por hombres. Esta mirada fue acompañando todos los ámbitos de la vida de la Aldea y generando reflexiones y debates en el grupo.

Con el paso del tiempo se ha venido generando un proceso muy estimulante con la autoconstrucción de los ranchos. La mística de las mingas, el barro, la creatividad, el propio espacio de resguardo y la profunda interrelación semillas-huerta-alimento-cocina-rancho-palabra-proceso representa una poderosa ampliación del sentido de la vida. Hoy la experiencia continúa construyendo aprendizajes desde la cotidianidad, con subidas y bajadas. También hay tensiones, naturales de un intento de reconstrucción de la vida colectiva y comunitaria, ésa que ha sido combatida por siglos de modernidad, capitalismo y patriarcado.

Actualmente la Aldea está integrada por ocho compañeros y compañeras; uno de ellos, un “aldeanito”, símbolo de la vuelta al campo y el mundo nuevo.

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Fuente:  Revista Biodiversidad, sustento y culturas #114

Temas: Agroecología, Saberes tradicionales

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