Biodiversidad, sustento y culturas #114

"En este número de Biodiversidad, ese futuro, nuestras niñas y niños, se plantan en la tierra y piden la palabra. Son ahora quienes comienzan a hacer propuestas para asentar el paso entre los huecos de la incertidumbre. Su fuerza nos asombrará, en su mirada camina la vida".

Hoy la niñez ya no autogestiona la infancia como antes, cuando podía deambular por prados y bosques, estanques o riachuelos, por el monte de regreso o ida a los quehaceres de la casa. Cuando se cruzaba el barrio donde se podía jugar en la calle, donde la seguridad era un asunto político resuelto por la convivencia y las buenas relaciones entre las familias, los ámbitos de comunidad, las fiestas y encuentros. Donde las conversaciones o los contactos entre niñas, niños y personas adultas, muchachas y muchachos incluidos, no entrañaban las zozobras de ahora.

Era un mundo que se basaba en la confianza, y la incertidumbre casi no estaba teñida de miedo. Podían ocurrir accidentes y hasta desastres, pero el miedo no era la moneda de cambio.

En el mundo actual se instauró la zozobra. En muchas comunidades los acaparamientos de tierra son súbitos, y la gente tiene que abandonar su vida, no la tierra. Y moverse a ciudades o campos de labor. Y los menores cambian de vida también, si bien les va seguirán en la escuela pero tal vez tengan que ponerse a trabajar también en términos que no esperaban.

Según Unicef, 160 millones de niñas y niños en todo el mundo laboran, siendo la niñez de 5 a 11 años algo más de la mitad de todos los casos de trabajo infantil a escala mundial. Se calcula que 8.2 millones de niños de entre 5 y 17 años trabajan en América Latina y el Caribe. El 48.7% se encuentra en el sector agrícola.

Para muchas sociedades la idea de la infancia se ha desdibujado. Y aunque la historia del trabajo infantil no podría soslayar que la niñez ha laborado en condiciones deplorables desde la Edad Media, por lo menos, lo que hoy ocurre es una normalización y un crecimiento desmesurado de esa población infantil que no tiene infancia.

Esto lo agravan las condiciones ambientales. La contaminación del agua y del aire. La contigüidad con estructuras peligrosas y contaminantes en el entorno que podría ser un espacio de seguridad y vida sana para niñas y niños incluidas las escuelas y los campos de recreación y juego. Es también la zozobra por la inseguridad, y el ataque a la integridad plena de las personas, que ha aumentado también sin medida.

Existe una disminución radical en las condiciones de vida por la contaminación general del aire y los daños en los sistemas de polinización cruciales para la reproducción de las especies y el impacto de inundaciones e incendios forestales.

Estas condiciones afectan sobre todo a niñas y niños debido a que sus impactos son multidimensionales.

Todo lo que podamos hacer para reparar los daños ocasionados por la multidimensionalidad de las crisis que se agolpan en nuestros territorios y de las que quieren culpar genéricamente a un “antropoceno” abstracto, tendremos que hacerlo en aras de un futuro que va creciendo en nuestras casas, nuestros patios, nuestros campos. En este número de Biodiversidad, ese futuro, nuestras niñas y niños, se plantan en la tierra y piden la palabra. Son ahora quienes comienzan a hacer propuestas para asentar el paso entre los huecos de la incertidumbre. Su fuerza nos asombrará, en su mirada camina la vida.

CONTENIDOS

- Editorial | Alguna vez el mundo se basaba en la confianza

- Las voces y la vida de la humanidad futura, por Verónica Villa (Grupo ETC) 

- Eliminen los mecheros y enciendan la vida, por Liberth Jurado y Denisse Núñez. Compilación: Alexandra Almeida 

- Aldea Avatí: una experiencia popular para la vuelta al campo, por Julián Ariza Arias 

- Escuelas en peligro de fumigación, por Marielle Palau

- Un neoliberalismo venenoso: crisis por agrotóxicos en Costa Rica, por Red de Coordinación en Biodiversidad 

- Pequeños diálogos sobre la infancia, por Colectivo por la Autonomía

Descargar la revista en PDF (2,84 MB)

Comentarios