Declaración de la Semana Continental de las Semillas Nativas y Criollas

Por MAELA
Idioma Español

Las semillas son el resultado de una larga y compleja interrelación entre las comunidades, su cultura, el ambiente y la base biológica que las sustentan, mutua relación que lleva más de 10 mil años en la tierra y específicamente en cada territorio.

Las semillas, tayi, son simientes, vida en estado latente. Las semillas son un legado de la naturaleza, y de las diversas culturas. No son una invención de las corporaciones. Las semillas, como producto de una co-evolución de los seres humanos en y con la naturaleza, son patrimonio genético, alimentario, ambiental, social cultural al servicio de los pueblos, ya que a lo largo de la historia la humanidad ha seleccionado, sembrado, recolectado, mejorado, conservado e intercambiado las semillas en el proceso de domesticación de plantas y animales, en la búsqueda de reproducción de los ecosistemas y la satisfacción de sus necesidades. Continuar esta antigua herencia de generación en generación es una responsabilidad y un deber de la humanidad. Las semillas son un bien de propiedad común para ser compartida por y para el bienestar de todos y todas incluidas las futuras generaciones.

Las semillas son la base de los sistemas alimentarios; significan asimismo cultura, tradición, espiritualidad, cooperación, abundancia, esperanza y diversidad. Las semillas significan sobrevivir, obtener alimentos diversos y saludables, disponibles para llevar a la mesa cada día, y cada pueblo, en su contexto particular, basa su alimentación en grupos de alimentos locales, producidos con técnicas ancestrales y nuevas tecnologías, consumiendo comidas que le aportan los principios nutritivos para desarrollar sus vidas y estar sanos.

El derecho a la alimentación es un derecho humano, reconocido por la legislación internacional, que protege el derecho de todos los seres humanos a alimentarse con dignidad, ya sea produciendo su propio alimento o adquiriéndolo. La Argentina en su Constitución sancionada en 1994, reconoce en su artículo 75, inciso 22, el derecho a la alimentación de forma implícita, al dar a la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales jerarquía constitucional, superior a las leyes ordinarias.

Para recoger o producir su propio alimento, las comunidades necesitamos acceso a los bienes comunes naturales; tierra, bosques, semillas, agua o bien contar con recursos económicos y la posibilidad de acceder a los mercados. El derecho a la alimentación requiere, por tanto, que los estados proporcionen un entorno propicio en el que las personas puedan desarrollar plenamente su potencial para producir o procurarse una alimentación adecuada para sí mismas y para sus familias. Para adquirir alimentos las familias necesitan una base de ingresos adecuada y continua en el tiempo; el derecho a la alimentación requiere que los Estados garanticen, por consiguiente, políticas alimentarias, salariales y redes de seguridad social que permitan a los ciudadanos/as poder cumplir su derecho a una alimentación adecuada.

Enriquecer e intercambiar las semillas nativas y criollas es defender y construir soberanía alimentaria, por cuanto son semillas adaptadas localmente para atender las demandas alimentarias de los grupos en los territorios. Según el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Comité de DESC) en su Comentario General 12: “El derecho a la alimentación adecuada se ejerce cuando todo hombre, mujer o niño, ya sea solo o en común con otros, tiene acceso físico y económico, en todo momento, a una alimentación adecuada o a medios para obtenerla.”

La sociedad industrial, biotecnológica y su modelo de producción Agro industrial necesita apropiarse, y controlar esta biodiversidad acumulada por los pueblos para imponer su semilla mercancía y el paquete tecnológico que acompaña a las semillas modificadas genéticamente. Se reemplazan las variedades biodiversas para la producción de alimentos, con monocultivos de variedades genéticamente uniformes, semillas industriales o unas pocas especies. Crea así, animales hacinados en granjas industriales para maximizar las ganancias, nuevas enfermedades como la gripe porcina y la gripe aviar surgen y se propagan. La agricultura industrial intensiva con el uso de agrotóxicos y los sistemas alimentarios industriales dan lugar a enfermedades crónicas no transmisibles como malformaciones, cáncer, alteraciones endocrinas, diabetes, problemas
neurológicos e infertilidad.

Con las infecciones de Covid-19, la morbilidad aumenta dramáticamente con estas condiciones preexistentes. Mientras afirma alimentar al mundo, y con el lema de acabar con el hambre, en un planeta que produce malnutridos- se sabe que 860 millones de personas en el mundo sufren hambre- y un gran porcentaje en el otro extremo exceso de peso, esta agricultura industrial empuja a miles de millones de seres humanos al hambre y este número está creciendo con el bloqueo mundial y la destrucción de los medios de vida.

Las políticas neoliberales asociadas a la producción de alimentos, exacerbada desde la revolución verde con la idea de aumentar la producción y acabar con el hambre, destruyen la soberanía alimentaria al priorizar el comercio internacional, y no la alimentación de los pueblos. Estas políticas, no han contribuido en absoluto en la erradicación del hambre en el mundo. Al contrario, han incrementado la dependencia de los pueblos de las importaciones de insumos y alimentos y han reforzado la industrialización de la agricultura, peligrando así el patrimonio genético, cultural y medioambiental del planeta, así como nuestra salud. Han empujado a centenas de millones de campesinos(as) a abandonar sus prácticas agrícolas tradicionales, al éxodo rural o a la emigración.

En un contexto nacional en donde casi 7 de cada 10 personas sufre exceso de peso (ENNYS 2019) y cada vez a edades más tempranas, donde en mayo 2020, el 58,6%% de los niños/as fueron considerados pobres (UNICEF) son indicadores suficientes para reflexionar acerca del impacto que las formas de comer tienen en la nutrición y salud de las personas.

Ya desde la Misma Organización de las Nacionales Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), que desde su creación fomentó el reemplazo de semillas locales por semillas “mejoradas” afirma que “La comunidad global, a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se ha comprometido a lograr un mundo libre de hambre para el año 2030”. Eso requerirá una producción sostenible de aproximadamente 60 por ciento más de alimento que en el presente, alimento que debe ser nutritivo y seguro, y producido de forma que no dañe el medio ambiente.

La conservación de la biodiversidad está directamente relacionada a la seguridad semillera, y por ende a la seguridad alimentaria. “Para conseguir tal fin, la producción de semillas de parte de las comunidades de alimentos debiera basarse en un concepto integral de la calidad de estos alimentos que considera el gusto, las compatibilidades con las condiciones fisiológicas y culturales humanas, todos los aspectos referentes a las propiedades nutricionales, el nivel actual de la biodiversidad, el impacto ambiental de la producción, así como las condiciones de trabajo, los procesos de participación y el valor de las retribuciones a los productores”. 

Una respuesta holística e integrada a la emergencia sanitaria consiste en hacer una transición desde el paradigma de la agricultura y comercio globalizado intensivo en combustibles fósiles y productos químicos, con su pesada huella ecológica, a los sistemas ecológicos locales y biodiversos de producción y distribución de alimentos, para curar la Tierra y curarnos a nosotros mismos como parte de la Tierra.

Contrariamente a lo que se nos hace creer, no es la globalización la que protege a las personas de las hambrunas, que ella misma produce y agrava, sino la soberanía alimentaria de los pueblos, en la que las personas a nivel comunitario tienen derecho a producir, elegir y consumir alimentos adecuados, sanos y nutritivos, en virtud de acuerdos de precios justos para la producción y el intercambio local.

Los futuros sistemas alimentarios tienen que basarse en la soberanía de las semillas y la soberanía alimentaria, en economías locales verdaderamente circulares que promuevan sistemas sustentables y con la garantía de precios justos a los productores cuestionando, a su vez, el consumo desaprensivo e inequitativo vigente que dan origen a sistemas extractivos y de producción con alta incidencia en el ambiente.

Volvemos a la Tierra cuando cuidamos el suelo y la biodiversidad. Recordamos que somos humanos porque somos del "humus" - del suelo. Sólo nuestras mentes, corazones y manos trabajando junto con la Tierra, como parte integral de su creatividad, pueden sanarnos, proveyéndonos a nosotros/as y a todas las demás especies de alimentos saludables Biodiversidad y diversidad de culturas van de la mano. Preservar, enriquecer y expandir las tradiciones agrícolas vigentes dentro de las culturas de producción es un desafío inmediato y muy urgente para prevenir la continuación de la erosión de la biodiversidad y agotamiento de las opciones globales y regionales para el futuro.

La alimentación saludable proviene de sistemas alimentarios social y ambientalmente sustentables y resilientes.

Fuente: MAELA Argentina

Temas: Biodiversidad, Movimientos campesinos, Semillas

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