El modelo forestal siembra pobreza y hace vivir el infierno a los sectores rurales de los territorios campesinos e indígenas

Lo primero que vimos junto a mi familia, vecinas y vecinos de la calle Las Malvinas, población Santa Marta, fue cómo incendiaban nuestro Cerro Cayumanque entre el 74-75, cuando yo tenía alrededor de 10 años. Luego vimos cómo muchas mujeres y hombres enviados por la municipalidad, plantaban algo que en ese momento no teníamos idea qué era. Años después, nos empezamos a dar cuenta que eran árboles que crecían cada vez más tupidos y no dejaban crecer los changles, digüeñes, avellanas, nalcas, copihues que siempre íbamos a buscar por los senderos. 

En su lugar, veíamos cómo los  pinos y eucaliptos se multiplicaban por cientos, miles, millones en nuestro cerro,  que fue hasta ahí una de las reservas más bellas de bosque nativo con toda su biodiversidad. Desaparecieron las vertientes, que con tanta generosidad nos permitían tomar sus aguas transparentes con total confianza, para preparar agua con harina tostada o con mote de trigo, para refrescarnos en la subida al cerro. Pronto empezaron a secarse  y a desaparecer los senderos y la cantidad incontable de pinos y eucaliptos no nos dejaban ver nuestra riqueza que la naturaleza nos había regalado.

A los pocos años vimos cómo estas dos especies llegaban a los sectores rurales provocando los mismos efectos, ocupando las tierras que poco tiempos antes eran para las siembras de porotos [frijoles], lentejas, garbanzos, chícharos, trigo, hortalizas. Vimos cómo arrancaban las viñas ancestrales, las variedades de uva País, Cinsault, Italia; a productores y productoras les convencieron que si plantaban pinos y eucaliptos el futuro de sus hijas e hijos, nietas y nietos estaría asegurado con los recursos que recibirían por la tala de este monocultivo y además no tendrían que seguir trabajando la tierra. Para que muchas campesinas, muchos campesinos se convencieran del “gran” ofrecimiento, tuvieron que manipular los precios de la uva y los vinos, también de los tomates rojos, jugosos con sabor y olor, cambiándoles las semillas por las que duraban más en los mercados. Así se fue perdiendo identidad y se permitió la invasión de los territorios con la permisividad total y absolutamente cómplice —de la dictadura que instala este modelo de muerte, extractivista, primero y luego con la de los gobiernos electos que nunca han querido cambiar el sistema. Éstos sólo se han acomodado a sistema a su propia conveniencia, dejando en la indefensión a las familias campesinas, desarraigándolas de la tierra, exponiendo a quienes aún siguen resistiendo (principalmente adultos mayores y mujeres cuidadoras), a las consecuencias del “modelo” agroforestal que viene sembrando pobreza y muerte constante en nuestros territorios.

Desde 2012 se vienen incrementando los incendios forestales con mayor fuerza en las regiones de Ñuble, Bio Bio, La Araucanía. Cada 5 años vamos viviendo los infiernos forestales en nuestras comunas rurales, con miles de hectáreas quemadas, centenares de casas consumidas por el fuego en segundos; mujeres y hombres quemados y muertos tratando de escapar por los caminos en los que sólo existen ráfagas de fuego que junto al viento cambian de dirección a cada segundo. El sonido del fuego saltando a través de la piñas encendidas es lo que nos indica la propagación del fuego, y por días no sabemos cuándo se va a detener. La angustia del humo, las cenizas, las temperaturas que se elevan a mas de 45 grados, no permite dormir ni descansar para reponerse y seguir la lucha tratando de parar el fuego. Sabemos que vivimos rodeadas, rodeados de cabezas de fósforos que en cualquier momento se encienden y comienza el infierno nuevamente.

“Ni los Angelinni ni los Matte están aquí, ellos sólo usufructúan de las riquezas que les dan sus plantaciones forestales con sus Complejos Industriales de Celulosa en donde el blanqueado sigue siendo con cloro que expele dioxinas y otros venenos por todo el entorno. Se instalan con apoyo incondicional de todos los gobiernos hasta ahora elegidos, que les han creado las herramientas perfectas para que sus proyectos de lo que denominan ‘desarrollo’ sean aprobados. Pero para nuestras comunidades sólo han sido generadores de diversas enfermedades, mucho cáncer en personas jóvenes, infartos cerebrales, infartos cardiacos y problemas en las articulaciones, nunca quieren diagnosticar en los centros médicos por el aumento evidente de los casos. No tenemos forma de salvarnos ya que respiramos, comemos y entran por nuestros poros las dioxinas hace muchos años”.

Después  de los incendios del 2012 junto a académicas de la U. de Concepción hicimos un diagnóstico colectivo en las comunas afectadas. Como resultado de éste, observamos que la gente identificaba las plantaciones forestales como responsables de los incendios, que la mayor cantidad de casa quemadas fueron las habitadas sólo por mujeres, las brigadas de bomberos defendían las instalaciones industriales como prioridad, los cortafuegos no estaban hechos, en los caminos rurales, los cercos  estaban clavados a los pinos. Nuestras sugerencias fueron, no volver a plantar pinos y eucaliptos, realizar los cortafuegos con al menos 10 a 15 metros por ambos costados de los caminos, que las forestales realizaran la limpieza de piso de las plantaciones. En el 2017 y 2021 los incendios fueron las plantaciones sin viviendas quemadas a diferencia del 2012 y los de febrero del 2023 en las que mi comuna rural, Quillón, tiene la mayor cantidad de casas quemadas de todo el país. Las condiciones de hace 11 años son exactamente iguales: no hay cortafuegos, los cercos continúan clavados en los pinos por lo que para las personas que habitan los sectores rurales se les hace imposible escapar entre las llamas. Las familias han estado muchos días sin agua (porque los pinos y eucaliptos ya han secado la napas), con tierra protegiendo sus casas. Muchas mujeres solas o apoyadas por sus vecinas o familiares han logrado mantener lo único que tienen: sus casas, huertas y animales, pero muchos otros, madres con sus hijos, viudas, mujeres solas, adultas y adultos mayores no han logrado salvar su patrimonio. Hay muchos animales quemados, huertas, casas completas, abuelas y abuelos que han visto cómo sus vida entera se han convertido en cenizas y no saben como recuperarse con sus ochenta, noventa o cien años. Mucha gente ha debido refugiarse en casa de familiares o en los albergues habilitados, algunas familias aún siguen viviendo en sedes sociales ya que el terror provocado por los traumas vividos no les dejan regresar a sus sectores, ya no hay nada de lo que han construido durante su vida. Chile es un país que va envejeciendo y muchas personas mayores están o se sienten muy abandonadas. Mucho más en estas catástrofes en que los cordones de fuego no les dan tregua.

Como Anamuri, desde nuestro primer Congreso Nacional en el 2007 venimos levantando nuestra voz como regiones afectadas por los monocultivos de pinos y eucaliptos, diciendo con mucha fuerza NO al DECRETO 701, decreto instalado el año 74 por el dictador para el fomento subsidiado por el Estado de Chile a las plantaciones de estas dos especies. Es el dinero de todos nosotros el que ha pagado para que se implemente este modelo destructor y cruel. Hoy en pleno proceso de nuestro III Congreso Nacional nuestra voz se levanta con más fuerza para volver a gritar con más fuerza y unidad 

¡!Ni un pino mas entre el campo y la ciudad!! ¡!No más subsidios a través del 701!! ¡¡Resistencia y rebeldía, las semillas por la vida!!!

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Temas: Tierra, territorio y bienes comunes

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