La vida en un hilo

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El cam­bio cli­má­ti­co es una de las más se­rias pro­ble­má­ti­cas que en­fren­ta tan­to la ge­ne­ra­ción ac­tual como las fu­tu­ras. Una situación que claramente está instalada tanto socialmente como en la agenda política, multilateral y hasta en la agenda económica de grupos corporativos globales y regionales. 

La ciencia ha hecho y estará haciendo mucho por colaborar con información clara, fidedigna e independiente por poner sobre la mesa, tanto desde los distintos ciclos del IPCC como desde otras instancias de investigación, los serios impactos que enfrentamos. 

No obstante, una cuestión tanto o mayor que la previamente citada, tiene en la agenda de la preocupación mundial y podemos decir también latinoamericana, mucho menor predicamento o interés. Sin embargo es una instancia crucial de la humanidad que está perdiendo el eje de la supervivencia de la civilización actual. Estamos prácticamente en los tiempos actuales frente a la Sex­ta ex­tin­ción. 

Estamos cancelando la vida…

La Diversidad Biológica o Biodiversidad, bajo una perspectiva general describe el número y variedad de organismos vivientes en nuestro planeta. Y no sólo eso, como humanos, comenzamos a comprender, quizás más por lo dramático de nuestra propia crisis civilizatoria que por nuestra racionalidad, que dependemos de esta  diversidad biológica para nuestra propia sobrevivencia. 

Por esto, el término se convierte en muy abarcativo y nos permite asumir que hablamos de la vida sobre la tierra. El organismo máximo, responsable de la Biodiversidad a escala planetaria es el Convenio de Diversidad Biológica (CBD). Bajo la óptica del Convenio, la diversidad biológica refiere a todos los niveles de la vida, desde los ecosistemas, las especies a los recursos genéticos. 

No obstante, todo ello, recuerdo con claridad, a quienes de alguna forma me hablaron de la Biodiversidad como un todo más integrador aún y una perspectiva amplia, que recién ahora, llega a una mirada global. Hace ya más de 25 años atrás en recordadísimos intercambios intelectuales con referencias en el tema como los queridos Profesores, Doctores Otto Solbrig de la Universidad de Harvard y Jorge Helios Morello de la Universidad de Buenos Aires – quienes en primera instancia –  me recordaban que la biodiversidad no era sólo contabilizar especies con uno u otro índice, sino que era mucho más que ello.  

Que la bio­di­ver­si­dad de la que ha­bla­mos no­so­tros, es una mesa, “sos­te­ni­da” cla­ra­men­te por cua­tro pa­tas. Y las pa­tas de esa mesa, son la bio­ló­gi­ca, la eco­ló­gi­ca, la so­cial y la cul­tu­ral. Cuando, en el contexto actual civilizatorio, una de ellas no está, la biodiversidad se cae…

De forma incipiente, el mundo comienza, lamentablemente en una escala pequeña aún, a comprender lo que está sucediendo con la vida en el planeta. 

“Es­ta­mos en ca­mino de per­der una de cada ocho es­pe­cies que ha­bi­tan lo ha­bi­tan, o lo que es lo mis­mo, al­re­de­dor de un mi­llón de es­pe­cies (10 por ciento de insectos y 25 por ciento de otros animales y plantas) en las próximas décadas”, alerta la Dra. San­dra Díaz, líder del Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), el máximo organismo de las Naciones Unidas para la protección de la Biodiversidad, cuyo grupo científico internacional fuera candidato al Premio Nobel de la Paz en el pasado 2020. 

Los ambientes naturales están claramente en retroceso. Y la mayoría del mismo sucede como resultados de nuestras presiones humanas. El 75 por cien­to del am­bien­te te­rres­tre; el 40 por cien­to del am­bien­te ma­rino; y, el 50 por cien­to de los arro­yos y ríos se en­cuen­tran se­ve­ra­men­te al­te­ra­dos. 

Resalta el IPBES que el 47 por ciento están en declive con respecto a sus situaciones estudiadas previas. El 25 por cien­to de las es­pe­cies es­tán ya ame­na­za­das con ries­go de ex­tin­ción. La biomasa mundial de mamíferos salvajes se ha reducido en un 82 por ciento. El 72 por ciento de los indicadores considerados de relevancia por los pueblos indígenas y las comunidades locales se encuentran deteriorados. 

Y si esto no importara, debería cabernos al menos, la consideración de no impulsar nuestra propia destrucción. Estamos contribuyendo al deterioro de las especies que literalmente nos dan de comer. El caso de los po­li­ni­za­do­res es paradigmático. Al­re­de­dor del 30 por cien­to de los cul­ti­vos des­ti­na­dos a la co­mi­da hu­ma­na son po­li­ni­za­dos di­rec­ta­men­te por las abe­jas, la ma­yo­ría abe­jas sil­ves­tres. En los EE.UU., las abejas melíferas están con­ta­mi­na­das por más de 100 agro­quí­mi­cos diferentes.  En una sóla muestra de pólen, a veces pueden  hallarse hasta 31 agroquímicos distintos. En la cera, más de 39 de estos productos. 

El 60 por cien­to de las mues­tras de po­len y has­ta las ce­ras tie­nen al me­nos un agro­quí­mi­co dis­tin­to. La muerte de las abejas en América, se debe a enfermedades no autóctonas y a la agricultura industrial. La muerte de abejas en Europa, se vincula principalmente a la pérdida del hábitat y otros cambios asociados con la agricultura intensiva. 

Y si bien la sociedad, no valora el servicio de los polinizadores, imaginen el costo que sus servicios conllevan.  En California (EE.UU.), llegan cargamentos de abejas de lugares tan lejanos como desde  Australia, sólo para la fertilización y por tanto lograr la producción de almendras. Cada año, casi 3.000 camiones atraviesan EE.UU. Con más de 40.000 millones de abejas por el Valle Central de California espera por los servicios a más de 60 millones de almendros. 

“El valor económico de las contribuciones de la naturaleza basadas en la tierra a la población de las Américas es más de 24 billones de dólares por año – equivalente al PIB de la región, sin embargo, casi dos tercios  – el 65% – de estas contribuciones están disminuyendo”. (IPBES Américas). 

La tormenta perfecta se está formando. El cambio climático inducido por el hombre, que afecta la temperatura, las precipitaciones y la naturaleza de los eventos extremos, lleva cada vez más a la pérdida de la biodiversidad y a la disminución de las contribuciones de la naturaleza a las personas, empeorando el impacto de la degradación del hábitat, la contaminación, las especies invasoras y la sobreexplotación de los recursos naturales. La naturaleza está avisando. La pérdida de la biodiversidad, no está sólo en la preocupación de algunos ambientales, que pueden incluso considerarse extremos.  

La pérdida de la biodiversidad y de los enormes servicios ecosistémicos que la naturaleza da a la humanidad nos está poniendo en riesgo.  También en alerta. No para paralizarnos, como nos destaca Jane Godall en La Gran Esperanza: “Solo si lo en­ten­de­mos po­dre­mos pro­te­ger­lo. Solo si lo pro­te­ge­mos po­dre­mos ayu­dar. Solo si ayu­da­mos, nos sal­va­re­mos”.

Hoy, que enfrentamos este grave desafio global, la crisis nos encuentra en el mejor momento de nuestra ciencia y de nuestra tecnología. Y una construcción de conocimiento y matriz social en red inimaginable en ninguna otra época de la historia humana. Oja­lá que ten­ga­mos la sa­bi­du­ría su­fi­cien­te para dis­cer­nir lo ur­gen­te de lo im­por­tan­te y to­me­mos el ca­mino de sal­var la vida, to­das las vi­das, que por aho­ra, aún pen­den de un hilo…

Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.

Fuente:  No­ti­cie­ro Cien­tí­fi­co y Cul­tu­ral Ibe­roa­me­ri­cano - NCC

Temas: Biodiversidad, Crisis climática

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