Soberanía alimentaria: una propuesta para el futuro del planeta

Idioma Español

El 13 de octubre, la Vía Campesina emitió una declaración por los 25 años de lucha colectiva por la soberanía alimentaria. Lo primero que resalta en ella es la reivindicación de que la soberanía alimentaria es una filosofía de vida.

Milpa o chacra en algún lugar de América Latina. Foto: Biodiversidad

- Para descargar el artículo en PDF, haga clic en el siguiente enlace:

“Define los principios sobre los cuales nos organizamos en nuestra vida diaria y coexistimos con la Madre Tierra. Es una celebración de la vida y de la diversidad que nos rodea. Abraza a cada elemento de nuestro cosmos; el cielo sobre nuestras cabezas, la tierra debajo de nuestros pies, el aire que respiramos, los bosques, las montañas, los valles, campos, océanos, ríos y estanques. Reconoce y protege la interdependencia entre 8 millones de especies que comparten este hogar con nosotras, con nosotros. Heredamos esta sabiduría colectiva de nuestras ancestras, nuestros ancestros, quienes labraron la tierra y vadearon las aguas durante 10 mil años, periodo en el que evolucionamos hacia una sociedad agraria. La soberanía alimentaria promueve la justicia, la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad. Es, también, la ciencia de la vida; construida a través de realidades vividas a lo largo de innumerables generaciones, cada una enseñando a su progenie algo nuevo, inventando nuevos métodos y técnicas que se integren en armonía con la naturaleza”.“Como poseedoras y poseedores de este rica herencia, es nuestra responsabilidad colectiva defenderla y preservarla. Reconociendo esto como nuestra responsabilidad (especialmente, a finales de los años 90 cuando los conflictos, el hambre aguda, el calentamiento global y la pobreza extrema eran demasiado visibles para ignorarlos), La Vía Campesina (LVC) llevó el paradigma de la soberanía alimentaria a los espacios de formulación de políticas internacionales. LVC le recordó al mundo que esta filosofía de vida debe guiar los principios de nuestra vida compartida. Los años 80 y 90 fueron una era de expansión capitalista desenfrenada, a un ritmo nunca antes visto en la historia de la humanidad. Las ciudades se expandían y crecían a costa de la mano de obra barata, no remunerada y mal remunerada. El campo estaba siendo empujado al olvido. Las comunidades rurales y las formas de vida rurales fueron barridas bajo la alfombra por una nueva ideología que quería convertir a todas las personas en gente que consumiera cosas y en objetos de explotación con fines de lucro. La cultura y la conciencia popular estaban bajo el hechizo de anuncios brillantes que incitaban a la gente a ‘comprar más’. En todo esto, sin embargo, quienes producían (la clase trabajadora en las zonas rurales, costas y ciudades), lo que incluía a campesinas y campesinos [que en el comunicado se usa para englobar a trabajadoras y trabajadores de la tierra, jornaleras y jornaleros agrícolas, gente que pesca que se dedica al pastoreo o que hacen comida] eran invisibles, mientras que quienes podían permitirse el consumo ocupaban un lugar central. Al llevarles al límite, la gente campesina y las comunidades indígenas de todo el mundo reconocieron la urgente necesidad de una respuesta organizada e internacionalista a esta ideología globalizadora y de libre mercado propagada por quienes defienden el orden mundial capitalista. La soberanía alimentaria se convirtió en una de las expresiones de esta respuesta colectiva”.

Tras reivindicar la consigna de la soberanía alimentaria en la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, La Vía Campesina insistió en la centralidad de quienes producen alimentos, por “la sabiduría acumulada por generaciones, la autonomía, y diversidad de las comunidades rurales y urbanas y la solidaridad entre los pueblos como componentes esenciales para la elaboración de políticas en torno a la alimentación y la agricultura”.

En los siguientes diez años, los movimientos sociales y la sociedad civil se esforzaron por definirla como “el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas. Coloca las aspiraciones y necesidades de quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de los sistemas y políticas alimentarias en lugar de las demandas de los mercados y las corporaciones”.

De ahí cambió el modo en que “el mundo entendía la pobreza y el hambre”. Hasta entonces, eran los primeros años del siglo XXI, una idea limitada de “seguridad alimentaria” dominaba “los círculos de gobernanza y formulación de políticas”. A quienes padecían hambre se les trataba compasivamente y buscaba volverles personas que consumieran alimentos que les fueran conseguidos. Aunque se reconocía la alimentación como derecho humano fundamental, “no se defendía las condiciones objetivas para producir alimentos”.

Entonces surgieron las preguntas: “¿Quién produce?, ¿para quién?, ¿cómo?, ¿dónde?, ¿por qué? pues el foco estaba puesto en alimentar a la gente. “Un énfasis manifiesto en la seguridad alimentaria de las personas ignoró las peligrosas consecuencias de la producción industrial de alimentos y la agricultura industrial, construida sobre el sudor y el trabajo de trabajadoras y trabajadores migrantes”.

La Vía Campesina propuso entonces una reforma radical: la soberanía alimentaria, “que reconoce a la gente y las comunidades locales como agentes centrales en la lucha contra la pobreza y el hambre. Requiere comunidades locales fuertes y defiende su derecho a producir y consumir antes de comercializar el excedente. Demanda autonomía y condiciones objetivas para el uso de los recursos locales, exige la reforma agraria y la propiedad colectiva de los territorios. Defiende los derechos de las comunidades campesinas a usar, guardar e intercambiar semillas. Defiende los derechos de las personas a comer alimentos saludables y nutritivos. Fomenta los ciclos productivos agroecológicos, respetando las diversidades climáticas y culturales de cada comunidad. La paz social, la justicia social, la justicia de género y las economías solidarias son condiciones previas esenciales para hacer realidad la soberanía alimentaria. Exige un orden comercial internacional basado en la cooperación y la compasión frente a la competencia y la coacción. Exige una sociedad que rechace la discriminación en todas sus formas (de casta, clase, raza y género) e insta a las personas a luchar contra el patriarcado y la estrechez mental. Un árbol es tan fuerte como sus raíces. La soberanía alimentaria, definida por los movimientos sociales de los años 90 y, posteriormente, en el Foro de Nyeleni en Mali en 2007, intenta precisamente eso”.

Pero se sigue promoviendo la desigualdad, y el capitalismo sigue haciendo intentos por acrecentar su tasa de ganancia incluso frente a las situaciones de crisis que atraviesan la sociedad. Hoy se proponen “un futuro digital” de agricultura sin personas que siembren, cultiven y cosechen, de pesca sin quienes busquen y recojan lo pescado. “Todo bajo el disfraz de la digitalización de la agricultura y para crear nuevos mercados para los alimentos sintéticos”. Dice el comunicado de LVC: “Gracias a nuestras luchas conjuntas, las instituciones de gobernanza mundial, como la FAO han llegado a reconocer la centralidad de la soberanía alimentaria de los pueblos en la formulación de políticas internacionales. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de campesinas y campesinos y otras personas que trabajan en las zonas rurales vuelve a enfatizar esto en el artículo 15.4, cuando establece que: “El campesinado y otras personas que trabajan en las zonas rurales tienen derecho a determinar sus propios sistemas alimentarios y agrícolas, reconocido por muchos Estados y regiones como el derecho a la soberanía alimentaria. Esto incluye el derecho a participar en los procesos de toma de decisiones sobre políticas alimentarias y agrícolas, y el derecho a una alimentación sana y adecuada producida mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles que respeten sus culturas”.

En su recuento de logros, alcanzar la agroecología campesina es reconocida por la FAO, por los relatores especiales de Naciones Unidas para la alimentación, actuales y anteriores, que han “respaldado la soberanía alimentaria como una idea simple, pero poderosa que puede transformar el sistema alimentario mundial” favoreciendo a quienes producen alimentos en pequeña escala. “La campaña sostenida de los movimientos sociales también ha resultado en varias victorias legales contra las corporaciones que producen agrotóxicos y semillas químicas y transgénicas.”

El documento de LVC continúa su aguda descripción: quienes defienden el orden mundial capitalista se percatan que “la soberanía alimentaria es una idea que atenta contra sus intereses financieros. Prefieren un mundo de monocultivos y gustos homogéneos, donde los alimentos se puedan producir en masa, utilizando mano de obra barata en fábricas lejanas, sin tener en cuenta sus impactos ecológicos, humanos y sociales. Prefieren economías de escala a economías locales sólidas. Eligen un libre mercado global (basado en la especulación y la competencia feroz) por sobre las economías solidarias que requieren mercados territoriales más sólidos (mercados campesinos locales) y la participación activa de quienes producen alimentos locales. Prefieren tener bancos de tierra donde la agricultura por contrato a escala industrial reemplace a quienes producen en pequeño. Inyectan nuestro suelo con agrotóxicos para obtener mejores rendimientos a corto plazo, ignorando el daño irreversible a la salud del suelo. Sus arrastreras volverán a rastrear los océanos y ríos, capturando peces para un mercado global mientras las comunidades costeras mueren de hambre. Continuarán intentando secuestrar semillas campesinas indígenas a través de patentes y tratados de semillas. Los acuerdos comerciales que elaboran volverán a tener como objetivo reducir los aranceles que protegen nuestras economías locales”.

Por desgracia, existe un éxodo de jóvenes sin empleo que tienen que abandonar sus fincas y sus ranchos y buscan empleos asalariados en los campos de labor o en las ciudades. Esto embona perfecto con la idea capitalista de contar con un suministro constante de mano de obra barata y dócil. “Su enfoque implacable en los ‘márgenes’ significa que encontrarían todos los medios para deprimir los precios en las explotaciones agrícolas mientras los negocian a precios más altos en los supermercados minoristas.”

Así, quienes pierden son las personas, quienes producen y quienes consumen. Y a quienes resisten se les criminaliza. El documento de LVC se torna un espejo muy útil para reconsiderar el rumbo de organizaciones, comunidades y personas y respaldar decididamente los esfuerzos campesinos por ser independientes. El comunicado de LVC nos convoca a luchar, como siempre. “Demostrar que existimos”, dice LVC. “No se trata sólo de nuestra supervivencia, sino también de las generaciones futuras y de una forma de vida transmitida de generación en generación. Es por el futuro de nuestra humanidad que defendemos nuestra soberanía alimentaria [...] Debemos recordarnos que la única manera de hacer oír nuestra voz es uniéndonos y construyendo nuevas alianzas dentro y fuera de cada frontera [...] Las mujeres campesinas y las diversidades deben encontrar un espacio equitativo en la dirección de nuestro movimiento en todos los niveles. Debemos sembrar las semillas de la solidaridad en nuestras comunidades y abordar todas las formas de discriminación que mantienen divididas a las sociedades rurales. La soberanía alimentaria ofrece un manifiesto para el futuro, una visión feminista que abraza la diversidad. Es una idea que une a la humanidad y nos pone al servicio de la Madre Tierra que nos alimenta y nutre".

Nota:

https://viacampesina.org/es/la-via-campesina-soberania-alimentaria-un-manifiesto-por-el-futuro-del-planeta/#_ftn1

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas #110

Temas: Movimientos campesinos, Soberanía alimentaria

Comentarios