Somos lo (poco) que comemos

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Foto: Subcoop

En los últimos años hubo un cambio drástico en la cantidad de especies vegetales utilizadas en la alimentación. Y también se modificó la forma en que se producen. Esto tiene efectos negativos en el planeta, la resiliencia de los cultivos y la salud. La solución no sólo es posible, sino que también es una gran oportunidad para un mundo más justo e igualitario.

¿A qué nos referimos con “biodiversidad”? Antes de empezar, nos va a venir bien ponernos de acuerdo con algunos conceptos. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, se entiende como “la variabilidad entre organismos vivos” y esto incluye la diversidad de ecosistemas y dentro de y entre las especies (“diversidad genética” y “diversidad específica”, respectivamente). La palabra clave es variabilidad. Es por eso, que la biodiversidad es más que elefantes, tigres, pandas, ballenas y otras especies icónicas: es la diversidad y las interacciones ecológicas entre las diversas formas de vida.

Biodiversidad y resiliencia son conceptos que van de la mano. La resiliencia ecológica se relaciona con la capacidad de un ecosistema a volver a su estado original luego de un disturbio o cambio. Abarca la capacidad de resistir y de recuperarse del sistema, siendo más resilientes aquellos que son más resistentes y se recuperan más rápido. A mayor biodiversidad, un ecosistema se vuelve más resistente e incrementa su capacidad de recuperación, por lo tanto, es más resiliente.

Pero, ¿por qué funciona así? Podemos pensar en los ecosistemas como organismos vivos, que requieren que todos sus órganos cumplan con su función para mantenerse saludables. Estas funciones, como la polinización, la descomposición, la fotosíntesis, el control de plagas, entre otras, son llevadas a cabo por las distintas especies que pertenecen al ecosistema. Cuando los ecosistemas se enfrentan a disturbios o cambios -por ejemplo, incendios, inundaciones, sequías o aumentos en la temperatura-, para que se recuperen es necesario que sus funciones se restablezcan lo más rápido posible. Es aquí donde la biodiversidad juega un papel fundamental.

Imaginemos un ecosistema con una gran cantidad de especies, donde varias de ellas cumplen la misma función. Esto se conoce como “redundancia funcional”, y genera que ante una perturbación haya mayor probabilidad de encontrar especies resistentes o que se recuperen rápido y así logren restablecer el correcto funcionamiento del ecosistema. Los órganos recobran su función y el ecosistema se mantiene saludable. Lo mismo sucede con la mayor diversidad genética. Si los individuos dentro de las especies son muy diferentes entre sí, aumenta la posibilidad de encontrar individuos resistentes o que se recuperen en poco tiempo y ayuden a recomponer al ecosistema dañado1.

En general, cuando se habla de “pérdida de biodiversidad” se hace referencia a la pérdida en los ecosistemas naturales. Pero, ¿es el único lugar donde estamos perdiendo biodiversidad? ¡No! También la estamos perdiendo en nuestra producción de alimentos. Aproximadamente el 75 por ciento de la diversidad de cultivos se ha perdido durante el siglo pasado, poniendo en riesgo nuestra propia seguridad alimentaria y nuestra salud.

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¿Cuál es la situación hoy y cómo llegamos hasta acá?

El ser humano puede alimentarse de 50.000 especies distintas de plantas. ¿Sabías que la generación de nuestros abuelos y tatarabuelos llegaron a usar en promedio 7000 plantas para su alimentación? Sin embargo, cuando se industrializó la agricultura, este número se fue reduciendo drásticamente. Hoy en día,  solo quince plantas proveen al 90 por ciento de la humanidad con la energía que necesitan para funcionar diariamente.

La diversidad genética de nuestros cultivos también está en riesgo. Desde la revolución verde en la década del ’60 se buscó satisfacer la demanda de alimentos con la ayuda de la investigación genética, desarrollo de híbridos y cultivos transgénicos de alto rendimiento y la utilización de agroquímicos. Esta actividad prolongada en el tiempo llevó a un gran aumento en la cobertura de monocultivos con plantas genéticamente muy similares, lo que trajo aparejado una pérdida de la diversidad genética.

Enemigos de los cultivos

La expansión de las tierras de cultivo sobre hábitats autóctonos  es la principal causa del aumento en la tasa de extinción de especies, arrastrándonos a lo que muchas y muchos científicos consideran “la sexta extinción masiva”. Continuar avanzando sobre los ecosistemas naturales pone la salud del planeta y la nuestra en un estado de creciente vulnerabilidad.

A su vez, los impredecibles cambios ambientales causados por la crisis climática, ponen a prueba la resiliencia de los ecosistemas y de nuestros cultivos. En los próximos 30 años se estima que 2000 millones de personas se sumarán a los actuales 7700 millones al planeta. Según algunas proyecciones, de seguir con los patrones de producción actuales,  el suministro de alimentos debe aumentar 70 por ciento para 2050 y así hacer frente a estos retos. Un sistema de producción que no logre sobreponerse lo suficientemente rápido a los cambios podría llevar a grandes crisis alimentarias.

Por lo tanto, contar con variabilidad genética y específica es una poderosa herramienta para lograr una rápida adaptación de los medios de cultivos y poder satisfacer las crecientes demandas de la población.

Otro gran enemigo de los cultivos, además de los cambios ambientales, son las pestes y enfermedades, las cuales reducen la producción global de alimentos en un 40 por ciento todos los años2. Mirando hacia atrás en el tiempo, vemos varios ejemplos de pestes que llevaron a grandes crisis alimentarias. La comunidad científica asegura que fueron potenciadas por la poca variabilidad en los cultivos. Entre las más conocidas está la “hambruna irlandesa de la papa”, donde murieron más de un millón de personas, y “la epidemia del tizón del maíz” en Estados Unidos que generó una pérdida estimada de un billón de dólares. Actualmente, se ha demostrado que cultivos genéticamente heterogéneos y policultivos pueden ser utilizados eficientemente frente al esparcimiento y daños causados por plagas y enfermedades, pudiendo evitar futuras crisis como las mencionadas3.

Los cultivos con mayor biodiversidad, en comparación a los cultivos más industriales, también tiene varios efectos positivos para el planeta. En primer lugar, ayudan a mantener las comunidades de polinizadores (como las abejas), que juegan un rol ecosistémico clave. También contribuyen a la biodiversidad de los microorganismos en los suelos, ayudando a mantener la disponibilidad de nutrientes y su rol como degradadores. Por último, la mayor velocidad de recuperación de estos agroecosistemas frente a sequías, por ejemplo, evita la erosión del suelo y la desertificación. A su vez, esto  ayuda al secuestro de carbono en el suelo que contribuye a la lucha contra el cambio climático.

En ese sentido, la reducción de la cantidad de especies de las que nos alimentamos tiene un efecto negativo en nuestra nutrición. Seguro alguna vez nos dijeron que la clave de una buena alimentación es comer variado, ¡y estaban en lo cierto! Hoy en día millones de personas de todas las clases sociales sufren de mala nutrición y en parte se debe a la deficiencia en el consumo de los llamados micronutrientes (como la vitamina A, el yodo y el hierro).

Esto se podría solucionar ampliando la composición de la dieta, es decir, hacerla más parecida a la de nuestros abuelos y tatarabuelos. Una de las estrategias frente a esta creciente preocupación es la búsqueda de cultivos tradicionales y subutilizados, para volverlos a introducir en la alimentación. Un ejemplo es la explosión de la quinoa. El grano es originario de la Cordillera de los Andes y fue utilizado por mucho tiempo solamente por comunidades originarias de esa zona. Es considerado ahora un superalimento por su gran densidad de nutrientes y es consumido cada vez por más personas. Incluso  la ONU declaró al 2013 como el Año Internacional de la Quinoa.

En Noruega se encuentra “La Cámara Global de Semillas de Svalbard”, también conocida como “La bóveda del fin del mundo”, el banco de semillas más grande que existe ya que puede albergar 4,5 millones de granos.

Necesitamos más biodiversidad. ¿Dónde la encontramos?

Hoy en día contamos con tres grandes reservorios de biodiversidad, además de la naturaleza misma:  los bancos de genes, los pequeños productores y las comunidades originarias.

Disponemos de 1750 bancos de genes alrededor del mundo, en general públicos aunque también los hay privados. Estos son recintos de bajas temperaturas y humedad utilizados para conservar miles de semillas y propágulos de distintas especies, razas y variedades, principalmente de plantas cultivables. Los recursos genéticos almacenados son de libre acceso para las instituciones científicas o productores de semillas, por lo que son herramientas útiles a la hora de diversificar los cultivos.

Sin embargo, el principal inconveniente es que estas plantas dejan de evolucionar dado que fueron sacadas de la naturaleza, deteniendo los procesos naturales de selección. Esto generalmente provoca que sus adaptaciones queden obsoletas en comparación a los cambios que fueron ocurriendo desde su almacenamiento. Además, a pesar de los esfuerzos, sólo una pequeña parte de la diversidad de los cultivos queda incluida en estos bancos.

Hoy,  más del 80 por ciento de la explotación agrícola presente en América Latina y el Caribe corresponde a la agricultura familiar. En Argentina, esta cifra alcanza el 65 por ciento, sosteniendo una parte importante de la producción de alimentos en el territorio. Los métodos de producción que gran parte de este sector utiliza, generaron un gran reservorio de biodiversidad y de superalimentos para el resto de la humanidad. Muchos producen sus propias semillas de forma tradicional, lo cual favorece la diversidad genética y la continua adaptación de los cultivos a los cambios ambientales. También las comunidades indígenas cuentan con una gran variedad de especies y razas vegetales, las cuales, además de ser un reservorio de biodiversidad específica, contienen un gran valor cultural, reflejando la historia de sus pueblos.

¿Por qué hay empresas que ganan millones cada año con la venta de semillas? ¿Por qué muchos agricultores deben comprar semillas cada temporada? ¿Qué semillas se pueden comercializar y cuáles no? ¿Por qué hay semillas que tienen dueño, y quienes se benefician con esto? La intención de este párrafo es plantar una «semilla»… (si el chiste no te causó gracia, es porque soy biólogo, no comediante). Creo que este video te puede interesar.

¿Ahora qué?

El sistema de producción actual, caracterizado por la agricultura intensiva, monocultivos y baja biodiversidad, depende de los grandes productores de semillas transgénicas y de sus paquetes de agroquímicos. Por eso perjudica a los pequeños productores. En función de adquirir los insumos necesarios, este tipo de explotación agrícola requiere de una gran inversión de capital previo al inicio del cultivo. Muchas veces, el sistema arrastra a los campesinos a un ciclo de préstamos y endeudamientos difícil de afrontar. La búsqueda por aumentar la biodiversidad actual de lo que cultivamos implica una gran oportunidad de crecimiento y revalorización para pequeños productores y otros sectores vulnerados.

Para evitar este círculo vicioso, debemos encarar la producción con nuevos paradigmas, orientados a la diversificación biológica y al restablecimiento y fortalecimiento de las funciones ecosistémicas, como la agroecología. Y ese enfoque debe tener en el centro a las agriculturas familiares y sus formas tradicionales de producción. De esta manera, podremos reforzar la resiliencia ecológica y social de los sistemas productivos. Pero para eso, se necesita revalorizar el trabajo de estos sectores, sobre todo de las mujeres, que son las responsables de la producción de semillas en muchas de estas comunidades. En esa línea, es fundamental establecer un marco regulatorio que los favorezca y apoye, en vez de responder a las presiones de las grandes empresas.

Por último, preservar los ambientes naturales; son fundamentales para enfrentar los cambios y retos que afectan al sector alimentario. La naturaleza provee innumerables servicios ecosistémicos como la purificación, retención y regulación del agua, control de inundaciones, control de plagas o regulación del clima, como también aporta la diversidad genética y específica que tanto necesitamos mantener e incluir en nuestro sistema alimentario.

Referencias

1-Biodiversity and Resilience of Ecosystem Functions. Trends in Ecology & Evolution. Tom H. Oliver, et al. 2015.

2-Economic and environmental benefits of biodiversity. Bioscience. Pimentel D., et al. 1997.

3-Importance of Genetic Diversity Assessment in Crop Plants and Its Recent Advances: An Overview of Its Analytical Perspectives. Genetics Research International. Govindaraj M., et al. 2015.

Fuente: Agencia Tierra Viva

Temas: Biodiversidad, Salud, Semillas

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