Tiempo de palabras y semillas

Idioma Español

Es tiempo de hablar del tiempo y de buscar lecturas que nos faciliten la comprensión de nuestros más preciados dones: las semillas, las palabras, las conversaciones, las historias.

Este texto me lo encargó uno de mis hermanos de vida, Carlos Vicente, para el libro que compiló y coordinó junto con Patricia Lizárraga: La revolución de una semilla, coeditada por Acción por la Biodiversidad, la Fundación Rosa Luxemburgo y GRAIN, y publicado por la Editorial El Colectivo, colección Chico Mendes, Buenos Aires, 2021. (Las ilustraciones de esa edición fueron de Carlos Julio Sánchez).

Sirva este documento, que conversamos para su publicación, como un abrazo a su memoria y su presencia continua.

Si las estrellas que vemos hoy emitieron su luz hace millones de años, hablamos un lenguaje de antes y continúa todo lo que se nos ha dicho y nos ha impactado. Sostenemos con nuestros muertos una relación fluida y son nuestra imaginación, nuestra memoria: toda esa gente que vino antes de nosotros, desde el principio de los tiempos, y que de tantos modos sigue viva i. Nuestro pasado no se ha ido, sigue con nosotros y configura lo que decimos, nuestra visión del universo y nuestra cercana relación con esas claves de la vida, las semillas, inmemoriales, invisibles a mucha gente.

Pero a los poderes les importa despojar de pasado y de sus posibilidades de futuro a muchísimos procesos de vida, aun siendo fluidos, interminables, y eternamente cambiantes, y así resulta que terminamos mirándolos como cosas, sin complejidad, sin entramado, sin las relaciones que los configuran. Cosificar y privatizar las semillas y sus saberes asociados es un crucial empeño actual de este imperio globalizante y totalitario.

Tal vez fue cierto tipo de ciencia, al no dejar espacio para nada que no sea calculable, al no abrirse a la incertidumbre y el misterio, la que distorsionó los saberes, el lenguaje, y nos hizo mirarlos como cosas, objetos, y como tal mercancías —y así devinieron vacíos, ajenos, “intercambiables”. Diversos niveles, agencias o instancias de autoridad siempre exterior, los despojaron del impulso creativo y comunitario de donde surgieron. A los saberes “mercantilizados” los volvió “conocimientos” enseñados por “profesores”, certificados grado a grado por “expertos” en el sistema oficial “educativo”, “económico”, “científico” o “asistencial”, hasta quedar desligados de la comunidad de donde surgieron. Ahora los planificadores de empresas, gobiernos y organismos internacionales pueden condicionarlos a su antojo y utilizarlos contra la gente que antes les iba dando forma libre  ii. Eso es lo que las leyes, pactos, regulaciones y convenios buscan hacer con las semillas: privatizarlas, someterlas a propiedad intelectual, registros y certificaciones con el afán de controlar, acaparar y marginar los empeños de los pueblos  iii.

Pese a las planificaciones, normas y estándares, campesinas y campesinos del mundo entero “trabajan con lo que nunca es totalmente predecible, con lo emergente”  iv. Asumiendo plenamente el misterio y la incertidumbre los pueblos originarios, herederos de tradiciones campesinas del cuidado, arroparán el mundo como un cuerpo vital nuestro, distendido hasta los resquicios más recónditos del universo. Tales cuidados, tarde o temprano, son indispensables para que la vida siga su curso.

La gente sigue resolviendo su vida y sus quehaceres más fundamentales como se ha hecho por siglos y siglos: invocando la continuidad plena de lo que nos circunda cuando los cambios de fuera son tan raudos que nos avasallan o ejerciendo rupturas cuando lo inamovible parece aplastarnos.

Entretanto, seguir sembrando semillas nativas, propias, sigue siendo uno de los quehaceres más detallados de esa continuidad invocada, como seguramente lo fue para los grupos humanos que recolectaban en los bosques y las praderas, en los valles fértiles plenos de vegetación, donde descubrieron variedades que les parecieron especiales y comenzaron a regresar, vez tras vez, y a sincronizar con sus ciclos, para encontrarlas, tal vez enterrando sus semillas y entablando conversaciones que hoy están vivas.

Al resonar con lo que hoy llamamos territorio acuerparon sus sentidos del tiempo: entendieron la disparidad y la sincronía de los tiempos del suelo y el bosque, el transcurso de las aguas profundas a las aguas del cielo, todo lo que ocurre para que broten y fluyan en veneros, arroyos y torrentes. La fluidez les hizo distinguir los pulsos y ciclos propios de la floración, la aparición y desaparición de esporas, líquenes o helechos, el tiempo de la luz y la sombra, el calor necesario para el sorpresivo crecimiento de los cultivos; de larvas y polinizadores a los clímax de la lluvia o el camino de las nubes.

Sintonizar los modos del tiempo nos asomó entonces a lo atávico y ancestral de las palabras y las semillas. Es difícil expresar la complejidad por donde llega hasta nosotros el nudo de torrentes que llamamos lenguaje en su eterna transformación colectiva.

Lo dijo la pensadora okanagan Jeanette Armstrong: “Historias es lo único que somos. Mediante mi lenguaje entiendo que me están hablando, no soy yo quien digo. Las palabras fluyen de muchas bocas y lenguas de mi pueblo y de la tierra que le circunda. Soy escucha del lenguaje y las historias y cuando mis palabras se forman, simplemente vuelvo a relatar las mismas historias pero con diseños diferentes”. En vez de afirmar, “yo digo”, tengo que afirmar “me han dicho”, porque la continuidad es lo que resalta. v Así ocurre con la transformación ancestral de las semillas en cada ciclo de siembra-cosecha y pese a eso las burocracias le otorgan derechos de obtención a individuos o empresas por supuestas innovaciones de algo que lleva milenios ocurriendo de modo colectivo.

Iván Illich nos relata una época en que de paraje en paraje la gente hablaba “la lengua de la casa”, pues las variantes eran tan diversas como las familias, y entre todas las versiones la gente conversaba en lenguas que mantuvieron el ejercicio común de una traducción permanente y viva, que se enriquecía más y más con nuestro trato entre nuestra familia y la gente de fuera. Y como cada persona ejercía estas facultades traductoras la diversidad se afianzaba al ser reconocible en el fondo común. Tal vez la variabilidad dependía de los días, de la emoción, la devoción o la empatía que uno lograba con alguien. Y si algunas palabras no transmitían nada se fueron perdiendo, con lo que la lengua crecía en conciencia y sugerencias, hasta volverse ríos  vi.

Múltiples estudios sugieren que vivimos dentro del lenguaje  vii. Los lenguajes son caudales de una versión particular del mundo (castellano, inglés, francés, alemán, catalán, tsotsil, aymara, waorani, y unos 7 mil más)  viii. Siendo cualquier idioma un caudal activo, lo entendemos sólo al internarnos en su tejido, en su torrente, y mientras las otras versiones del mundo (las otras lenguas) se mantengan al fondo del telón. Por eso cada pueblo le habla a sus cultivos, a sus semillas, en su propia lengua.

Hablando de semillas y cultivos, Camila Montecinos resuena de un modo semejante: “Cada persona, familia o comunidad por la que pasa una variedad le agrega o transforma algo. Las variedades locales no son un conjunto de poblaciones iguales una a las otras, están en continua evolución, como corresponde a todo ser vivo; son conjuntos de poblaciones suficientemente cercanas como para reconocerse similares, pero lo suficientemente diversas como para impedir que exista una muestra «representativa»”  ix.

Se dice que apenas fue Carlo Magno, en el siglo VIII para el caso europeo, quien por primera vez decretó el emparejamiento de las lenguas de la casa para conformar el llamado idioma franco, como idioma imperial, con reglas y normas  x. Los convenios y leyes de privatización de semillas son lo mismo que este primer emparejamiento, desde el cual, unas cuantas lenguas, unas cuantas semillas, prevalecen y el resto se va erosionando.

Si la interminable saga de las historias nos habla de la continuidad diversa que hace posible nuestra riqueza imaginativa actual, como sugiere Jeanette Armstrong, podemos decir que al igual que miramos las luz de estrellas sin reconocer que es una luz del pasado remoto, también sembramos semillas con fuerza milenaria y hablamos un lenguaje que viene de lo antiguo. “Es la voz de nuestros muertos, el logos, es decir, la conexión o vínculo con nuestros muertos y su entorno todo, que hoy termina siendo nuestro, sin darnos cuenta”, como afirman hoy lingüistas interesados en el origen y devenir de las lenguas, y puede decirse de nuestro universo de semillas  xi. Su transformación es imparable y muy compleja. Es el infinito devenir de lo nuevo, algo difícil de asir o describir. Tal vez el término conversación es el que mejor puede ayudarnos a entrever de lo que hablamos, mucho mejor que saberes o incluso historias.

Las conversaciones abarcan nuestra lengua, nuestras historias, nuestros saberes, y como tal nuestras semillas, pero el término conversación siempre nos remite a una mutualidad.

La ancestral expansión diversa de las semillas está en las conversaciones de cada una de las personas que las ha plantado, transformando con su trato tal semilla, siendo la misma de milenios, pero nueva, remozada, en una variación eterna de su memoria ancestral como especie. Tales conversaciones, entabladas sobre todo por mujeres que han sido custodias de las semillas por generaciones, configuran nuestros saberes agrícolas.

Como dijera Camila Montecinos, “cada variedad de maíz refleja una conversación entre quien cultiva y el cultivo. Es una conversación que la gente más sabia lleva a cabo con gran cuidado y cariño, porque sabe que el maíz no sólo da sustento y autonomía: es quien enseña a cuidarlo y mantenerlo. El saber en torno al maíz está asociado a la experiencia misma de mantenerlo, es colectivo y eternamente cambiante porque las conversaciones se comparten y nunca se repiten. Cuando la semilla se pone en manos de unos pocos, la comunicación y el aprendizaje queda en manos de esos pocos. Los sistemas de aprendizaje se deterioran, el cuidado del cultivo se deteriora, los procesos de dependencia se profundizan y eternizan. La autonomía, esencial para la sobrevivencia, sólo se mantiene en la medida que se ejerce”  xii.

Si esta idea parece extraña a cierta parte de la humanidad se debe a la deshabilitación que los sistemas, las corporaciones, los gobiernos, han ido perpetrando sobre nuestro ser individual y colectivo, al punto de que tendemos a tener mermada la consideración. Todo se nos muestra cosificado, lo vemos como sustancias, tenemos demasiado escindida nuestra percepción de los vínculos, de los flujos, de los procesos, de los metabolismos, de la historicidad más macro y de las transformaciones micro que ocurren contacto a contacto, mirada a mirada, trance a trance, en la ida y vuelta de las conversaciones de todo tipo, y en particular con los cultivos. No miramos ya de dónde vienen y a dónde van las personas y las situaciones, los alimentos, las herramientas, las condicionantes con que nos relacionamos: la noción de qué son los procesos, ya no digamos flujos o metabolismos, está ausente.

Pero la “crianza mutua” existe: conversaciones que ocurren en circunstancias dispares, pero no desiguales, porque campesinas y campesinos proponen y los cultivos contestan según lo permiten las condiciones climáticas, ambientales, políticas, de asedio y voracidad de los agentes de fuera o dentro de los núcleos campesinos.

Se le llama domesticación, pero el término es problemático, porque ha llegado a significar dominio sobre otros: animales, cultivos, cuando que en su origen sólo quería decir “hacer de la casa”.

Así entonces, al igual que teníamos nuestra “lengua de la casa”, la gente ha mantenido por milenios sus semillas y cultivos de la casa, transformados al compartirse y establecer los rejuegos y conversaciones con las semillas de la misma comunidad, de localidades aledañas o de la misma región. Como hablamos de un caudal vivo, que no es homogéneo ni estático, “cada año los buenos cultivadores renuevan la semilla de sus variedades intercambiando con algún otro campesino de zonas cercanas o no tan cercanas. Si las variedades locales fuesen lo que los centros de investigación dicen, la renovación de la semilla sería imposible; el maíz sería muchísimo más pobre y frágil”  xiii.

La naturaleza de las semillas es la misma que la del saber y el lenguaje, es un mismo lecho que aloja esa relación fluida, colectiva, cambiante, que expresa la socialidad histórica que conocemos como cultura, ese proceso interminable que aflora sus destellos aquí y ahora y que siempre es, a la vez, algo que sigue en vilo: la transformación siguiente de nuestro entendimiento, de nuestros cuidados, o nuestro alimento, de las relaciones entre especies en un nicho, o en un piso ecológico que habitamos  xiv. Las propias semillas entrañan relaciones complejas que sus saberes expresan. Son saberes que se construyen, se reproducen y evolucionan porque se comparten, porque “se responden”. Dicho de otro modo, son valores de uso atesorados, intercambiados o compartidos porque fueron construidos conjuntamente.

La base material de las semillas, y de los saberes locales, es la comunidad misma y su territorio, pues ahí se generan, se disfrutan, se transforman.

Puesto de cabeza, el territorio no es sino el tramado de esos saberes, de muchos órdenes, que configuran un verdadero entrevero (y hasta un sistema encarnado en los rituales y visiones) de cuidados y reproducción muy cotidianos, entre los que están las labores agrícolas.

Cultivar relaciones con las semillas nativas, libres, comunes, de confianza, es una de las más antiguas tradiciones humanas vivas. Millones de colectivos cifran su vida en guardar, seleccionar, sembrar, limpiar, cultivar, cosechar y recoger los ejemplares más especiales para guardarlos e intercambiarlos con parientes, vecinos y amistades en la comunidad y otras localidades. Así lograron mantenerse casi fuera del ramplón sistema que se apodera del mundo, en los márgenes de los aparatos de control de Estados, empresas y gobiernos. Todavía más de 1.500 millones de campesinas y campesinos producen su propia comida, alimentan al mundo y no dependen sino tangencialmente del mercado  xv. Eso les permite mantener un breve espacio más o menos autogobernado y asumir de un modo integral los territorios que habitan.

Las compañías pretenden incluirlos por la fuerza al mercado alimentario apropiándose de sus semillas, lo que haría irreversible la sumisión, al expandir el control empresarial —de la producción al comercio minorista de los alimentos. Pero las comunidades campesinas insumisas entienden que además de sus semillas el capitalismo ambiciona sus territorios, sus riquezas, sus saberes ancestrales y su mano de obra, una vez precarizada, en las ciudades que desbordan sus límites por el círculo vicioso de la expulsión-migración-urbanización-invasión-expulsión, o en los campos de labor industrializados y ajenos.

Esta sumisión se ha planeado mediante convenios, pactos, y regulaciones privatizadoras de todo tipo que tuvieron un auge en los años ochenta con la imposición de las reformas estructurales y sus candados, los tratados de libre comercio. Pero desde 1961, se hizo visible una organización intergubernamental con sede en Ginebra, Suiza —la Unión Internacional para la Protección de Obtenciones Vegetales (UPOV)—, que emitió un documento sobre la supuesta protección de las obtenciones, en realidad una “privatización de variedades”, el Convenio UPOV, contrario a toda lógica jurídica. Así, un grupito de grandes productores internacionales —mayormente corporaciones— se adjudicó a sí mismo la prerrogativa de facilitar la apropiación de variedades vegetales excluyendo la posibilidad de que el resto de personas y comunidades las utilizaran libremente pese a que su vida es la agricultura y son quienes las domesticaron y las legaron a la humanidad.

En un principio, el rechazo de la gente y los gremios fue tan grande que durante siete años ni un sólo país aceptó ratificarlo. En la revisión de 1991, apenas veinte países eran miembros. Pero en 1994 la OMC —que pujaba por armonizar las relaciones comerciales entre los países sometiendo a todo mundo a sus reglas—, impuso que todos los países miembros tuvieran derechos de propiedad intelectual para las variedades vegetales. Ahora, mediante los tratados de libre comercio, que imponen a los países estar en UPOV 91 (la versión más restrictiva), el convenio es una importante amenaza para la agricultura campesina independiente.

En octubre de 2018 comunidades y organizaciones de Colombia, Ecuador, Centroamérica y México emitieron una declaración que además abreva de dos manifiestos previos sobre semillas, los de Durban e Yvapuruvú.

“Hoy hay un asalto renovado y cada vez más fuerte sobre las semillas (nuestro legado de la biodiversidad agrícola) y los saberes que les dan sentido, incluidos los complementos de saberes relacionados con el cuidado de nuestros animales. Este ataque pretende acabar con la agricultura campesina y originaria, acabar con la producción independiente de alimentos. Teniendo una soberanía alimentaria plena no sería tan fácil convertirnos en mano de obra barata y dependiente, en gente sin territorio y sin historia. Es una cruzada política y tecnocrática coordinada, para imponernos leyes y reglamentos uniformes y rígidos en favor de patentes y “derechos de obtención” para intereses privados. Hay un empeño en desacreditar nuestras prácticas históricas, nuestros saberes ancestrales indígenas campesinos, todos aquellos cuidados con los que resolvemos lo que más nos importa, porque les es crucial fragilizarnos, hacernos dependientes e incluso criminalizarnos, reprimirnos, encarcelarnos, desaparecernos, asesinarnos si decidimos no aceptar sus imposiciones y persecuciones”  xvi.

Por todo el mundo leyes y tratados de libre comercio tornan ilegal la práctica milenaria de guardar e intercambiar libremente las semillas de las comunidades porque las grandes compañías (una suerte de consorcio entre agroindustria, tecno-ciencia, finanzas, comercio, organismos reguladores internacionales, aparatos jurídicos y cuerpos legislativos) han buscado afanosos desde dónde hacer un ataque directo, radical, total, para erradicar el quehacer campesino privatizarlo, y sustituirlo con pura agroindustria. Quieren diluir lo que ha permitido a quienes siembran seguir libres: la semilla. Éste es el núcleo de la independencia real del campesinado ante los modos invasores y corruptores de terratenientes, hacenderos, narcotraficantes, farmacéuticas, agroquímicas, procesadores de alimentos, supermercados y gobiernos. Los investigadores de las grandes empresas suponen que sus versiones restringidas y débiles (homogéneas dirán), o peor, transgénicas, sustituyen el potencial genético de los cultivos, sustituyen la infinita variedad de las semillas y aseguran el futuro de la producción agrícola. Pero se equivocan por completo  xvii.

Pese a la avasalladora nueva “normalidad”, las semillas campesinas, libres, los saberes que encarnan esas semillas, logran ciclo tras ciclo, brotar, florecer, brindarnos frutos.

Dice Camila Montecinos: “si la agricultura campesina fuera ineficaz o marginal, no habría tanto empeño en erradicarla”. En el larguísimo plazo es tan notable su potencial de autonomía, horizonte y cuestionamiento que sembrar hoy es un acto de resistencia. Por eso necesitamos seguir conversando.

i John Berger, And our faces, my heart, brief as photos, Vintage International, 1991.

ii Iván Illich, La Convivencialidad, Joaquín Mortiz, México, 1969

iii Colectivo de Semillas, Alianza Biodiversidad, “Cuadernos de Biodiversidad para defender nuestras semillas”, http://www.biodiversidadla.org/Agencia-de-Noticias-Biodiversidadla/Cuadernos-Biodiversidad-para-defender-nuestras-semillas

iv John Berger: “The ideal palace”, en Keeping up the rendez-vouz, Londres, Vintage, 1992.

v Según la versión de Thomas King, The 2003 CBC Massey Lectures, «The Truth about Stories: A Native Narrative”,  https://www.cbc.ca/radio/ideas/the-2003-cbc-massey-lectures-the-truth-about-stories-a-native-narrative-1.2946870

vi Ivan Illich, El trabajo fantasma, Obras reunidas II, Fondo de Cultura Económica, México, 2008, p. 166.

vii Revisar toda la obra de Bajtin, ver como ejemplo La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de François Rabelais, https://www.marxists.org/espanol/bajtin/. Tania Barberán, “Todo tiene su secreto. Narración y espacios de concentración de sentido del lenguaje, en Carmen Curcó, Maite Ezcurdia (comp.), Discurso, identidad y cultura Universidad nacional Autónoma, México, 2009. https://ela.enallt.unam.mx/index.php/ela/article/view/465/451; Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, 1993, https://monoskop.org/images/9/9b/Merleau-Ponty_Maurice_Fenomenologia_de_la_percepcion_1993.pdf. Raimón Panikkar, La trinidad, Obelisco, Barcelona, 1989. VerGeorge Steiner, After Babel, Aspects of Language and Translation, Oxford University Press, 1975, y Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, Fondo de Cultura Económica, 2007. John Berger y Jean Mohr, Another way of telling, Pantheon Books, Nueva York y Londres, 1982; John Berger, And our faces, my heart… op.cit

viii Estudios recientes indican que más o menos la mitad de esas lenguas están en riesgo https://phys.org/news/2018-12-scientific-endangered-languages-results.html; https://www.cambridge.org/core/books/endangered-languages/on-endangered-languages-and-the-importance-of-linguistic-diversity/

ix Camila Montecinos (GRAIN), “Las enseñanzas del maíz”, Ojarasca en La Jornada 69,enero de 2003,

x Iván Illich, El trabajo fantasma, op.cit.

xi Escuchen la serie de podcasts, Entitled Opinions (Life and Literature), de Robert Harrison, en particular el programa con Martin Lewis y Asya Pereltsvaig sobre su libro The Origins of Languaje, Universidad de Stanford, California, 2 de abril de 2013, <entitledopinions.stanford.edu>.

xii Camila Montecinos (GRAIN), “Las enseñanzas del maíz”, op.cit. “La agricultura, sus saberes y cuidados, Biodiversidad, sustento y culturas 59, enero de 2009.

xiii Las enseñanzas del maíz, op.cit.

xiv Ver Definición de la cultura, Itaca / UNAM, México, 2001, y Concepción Tonda, “El concepto de cultura”, en La crítica de la cultura en Bolívar Echeverría, tesis en estudios latinoamericanos, fcpys-unam, México, 2014.

xv GRAIN, “Hambrientos de tierra”, junio de 2014https://www.grain.org/es/article/4956; Grupo ETC, “Quién nos alimentará”, octubre de 2017, https://www.etcgroup.org/es/quien_alimentara

xvi Declaración de Iximulew, de sabios y sabias en México, Centroamérica, Colombia y Ecuador, Chimaltenango, Guatemala, octubre de 2018. https://www.grain.org/e/6120

xvii Colectivo de Semillas, Alianza Biodiversidad-GRAIN, “Presentación de los Cuadernos de Biodiversidad para cuidar nuestras semillas” https://grain.org/es/article/6528-cuadernos-de-biodiversidad-para-defender-nuestras-semillas

Fuente: Desinformémonos

Temas: Semillas

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