Defensores del territorio: cuando defender la tierra te quebranta el alma

Las amenazas de muerte, los sobornos, la persecución judicial y el exilio forzado son parte de la realidad cotidiana para los defensores de territorios indígenas en Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. Pero existe un costo aún menos visible de esta lucha: el daño emocional acumulado, el miedo que se oculta y que no desaparece, las lágrimas derramadas en la soledad y la desconfianza que se vuelve norma de supervivencia. Este es un recorrido por esas batallas interiores y las formas—aprendidas por necesidad—en que estos guardianes de la tierra buscan mantenerse en pie.

Para Pedro, el momento más crítico llegó en una reunión aparentemente rutinaria. Como líder de su comunidad, había sido invitado al quinto piso de un edificio en una ciudad para discutir posibles proyectos de financiamiento de una organización no gubernamental. Lo que no esperaba era que un funcionario de esa institución lo llevara al balcón con una actitud mucho más seria y le hiciera la propuesta de entregarle 20.000 dólares si permitía la entrada de una operadora minera a su territorio.

"Si no acepto, ¿será que me lanzan a la calle desde este balcón?", recuerda haber pensado mientras estaba en las alturas. Lo siguiente que le viene a la mente es que estaba saliendo raudamente del edificio, con el corazón agitado por un mar de emociones que se atravesaron. Su temor no era infundado. Pedro había escuchado historias similares de otras comunidades, y sabía que su posición como máxima autoridad lo convertía en un objetivo.

Por ese motivo, considera que las amenazas toman muchas formas. A veces llegan disfrazadas de oportunidades de desarrollo. "Nosotros vamos a contratar manos de obra", le propuso en otra ocasión una autoridad local ligada a la minería, intentando convencerlo de que esa actividad traería progreso. Pero cuando Pedro cuestionó el nivel de participación real de la comunidad en los beneficios, la conversación se tornó hostil.

Para Ana, las amenazas fueron aún más directas. Hace apenas 15 días, recibió llamadas de extranjeros que le dijeron: "Tú eres la que quiere encabezar esto, me vas a pagar con alguien cercano tuyo, me voy a vengar". Ella sospecha que la llamada surgió como respuesta a un trabajo de control a su territorio. Aunque en los hechos, ella no ha mostrado que la hayan intimidado, su interior se llenó de angustia, puesto que muchos la conocen a ella y a su familia.

Roberto, por su parte, experimentó la violencia más física. En 2018, sintió cómo una bala le silbaba cerca de la oreja. Para él y su comunidad, los disparos con armas de fuego, los intentos de homicidio, se convirtieron en una constante en el marco de una lucha donde su pueblo se vio afectado por el cierre de caminos ancestrales y la instalación de portones a causa del ingreso de nuevos propietarios de la tierra en su territorio.

María llegó a su cargo como líder después de trabajar por mucho tiempo en la elaboración de una importante iniciativa para su comunidad. Cuando el presidente de su organización renunció, ella asumió la presidencia. Lo que siguió fue una batalla de doble sentido: una contra las instituciones de afuera que se oponían a la iniciativa y otra, para defenderse de los ataques de gente de su mismo pueblo. "Me han denunciado, me han demandado por querer consolidar nuestras demandas", contó. Un día a María le informaron que su objetivo principal estaba totalmente bloqueado, lo que la frustró por completo.

Tanto autoridades locales como nacionales bloquearon sistemáticamente sus esfuerzos para consolidar sus objetivos, iniciando con un bloqueo de recursos, algo que ella se esperaba. Pero nada la preparó para el momento en que llegó a su oficina un grupo de personas con un documento declarándola "persona no grata" en su propio territorio. "Yo no les he hecho nada, no les he robado, no les he insultado, no les he faltado respeto. ¿Por qué me van a declarar persona no grata?", se preguntaba. El dolor fue tan profundo que inicialmente quiso rendirse. Si tiene familia, esposo, trabajo, ¿valía la pena tanta presión?

Para Carmen, el momento más duro no vino de las amenazas externas, sino de la traición interna. "Una de las cosas que me ha afectado mucho es ver que tus mismos compañeros te den la espalda. Y más que todo, ver que mujeres, mujeres del territorio, mujeres del mismo pueblo, te den la espalda", relata. Ese dolor la llevó a llorar en la soledad de su casa, cuestionándose si debía continuar.

Teresa, a su turno, vivió la criminalización en su máxima expresión. Como representante de su comunidad, ratificó una resolución de expulsión de invasores mineros que fue definida por su pueblo. La respuesta fue inmediata: le llegaron demandas por avasallamiento acusándola del uso de armas de alto calibre, sufrió persecución policial e incluso llegó a estar imposibilitada de entrar a su propio territorio.

Quienes defendían los intereses mineros le hicieron llegar el mensaje más intimidatorio: “Te vamos a hacer desaparecer”. La presión fue tal que tuvo que refugiarse en otro país. "Lograron hacerme desconocer por los otros representantes locales", recuerda con dolor. Ese desconocimiento de su propia gente fue lo que finalmente quebró su espíritu.

Teresa no tuvo tiempo ni espacio para procesar sus pesares. Afortunadamente, instituciones de otros países le ofrecieron apoyo para retornar y retomar su camino. "Teníamos hasta dolencias y demás que no hemos podido tratar, porque no era su tiempo”, describiendo cómo el maltrato psicológico se manifiesta también en el cuerpo, pero sin posibilidad de atención porque la urgencia de la defensa legal consume todo.

En la mayoría de los casos, la lucha de las mujeres defensoras tiene una dimensión adicional: el machismo arraigado en sus propias comunidades e instituciones. María lo experimentó directamente: "Lo más duro para mí es que hay una discriminación para las mujeres dentro del territorio, especialmente de los varones machistas y hasta en las autoridades locales".

¿Qué hace que estas personas continúen a pesar del miedo, las amenazas y el quebranto emocional? Las respuestas son tan diversas como profundas.

Para María, fue el apoyo de su comunidad lo que la mantuvo en pie. Cuando convocó una asamblea para anunciar su renuncia, las autoridades le dijeron: "Usted como mujer a la cabeza tiene que tener historia". Esas palabras, junto con el apoyo posterior de su familia, le devolvieron la fuerza. "Mamá, si la gente, las autoridades han confiado en ti, entonces continúa", le dijeron sus hijas.

Ella no lo niega, lloró mucho después de ver su trabajo de años bloqueado en el último momento, pero eso la recompuso. "Ahora otra vez digo yo, no, no se va a quedar así, se tiene que aprobar. Y va a tener un momento, ojalá que logremos en la próxima gestión”.

Teresa, a pesar de haber sido quebrada emocionalmente, tiene un mensaje claro para los nuevos defensores: "Como persona yo les diría, no quisiera que caiga ninguno como yo, como a mí me han criminalizado. Pero como autoridad digo, la lucha hay que seguir. Al final de cuentas es el territorio y eso dejamos para nuestros hijos".

Carmen encuentra su fortaleza en su madre. Ella me dice: "Usted puede, usted no está sola, su madre sigue viva, su madre donde pueda la va a defender". Ese apoyo materno incondicional se ha convertido en su ancla emocional.

Para Roberto, la respuesta está en la espiritualidad y la conexión con los ancestros. "Lo fundamental es aferrarnos a nuestra espiritualidad, a nuestros ancestros, que son quienes nos guían y nos protegen", explica. Su práctica incluye ceremonias antes de cada conflicto o actividad importante, "el fortalecerse espiritualmente, el también sacar las malas energías y llamar a esas buenas energías para tener la fortaleza de seguir resistiendo".

Roberto lo resume con una perspectiva de largo plazo: "Esta lucha continúa y es de todos, y en realidad es a favor de la vida, en defensa del agua, del territorio y la soberanía territorial de los pueblos".

Pedro, por su parte, encuentra contención emocional en su esposa, quien es la primera persona en enterarse de las amenazas y situaciones de riesgo. "Le da energía, da fuerza y también pone energía de tranquilidad", describe.

En general, existe la creencia de que los defensores varones son inquebrantables, que no sienten miedo. Pedro desmiente esto con honestidad: "El miedo nosotros lo ocultamos, bueno, algunos. Lo ocultamos y, bueno, no lo atraemos. Pero sí, hay un temor".

Quizás la diferencia está en que socialmente se espera que los hombres no expresen ese miedo, mientras que a las mujeres se les permite —aunque no se les facilita— desahogarse. Pero el peso emocional es igualmente desgastante para todos.

Quizás el motor más poderoso para seguir en la lucha es el compromiso con las futuras generaciones. Ana lo expresa claramente: "Me impulsa a seguir adelante, poder defender mi territorio; que esta defensa la hago por el bien de los jóvenes ahora que vienen". Roberto complementa: "Estos elementos son la garantía de vida de las futuras generaciones de toda la humanidad, y en nuestro caso lo hacemos con esa convicción, con esos mandatos de nuestros mayores".

Medidas de protección

La defensa del territorio ha obligado a estos líderes a desarrollar protocolos de seguridad que algunos considerarían exagerados, pero que son absolutamente necesarios para su supervivencia.

Comunicación codificada: Una de las estrategias más efectivas es el uso del idioma nativo. Pedro explica que en las reuniones comunales se estableció utilizar su idioma nativo para comunicarse entre sí. "Es importante la comunicación en el idioma. Eso es importante porque solo nosotros entendemos", enfatiza. Ana complementa: "Yo, mayormente con mis compañeros, más me comunico en audio por idioma, nunca les escribo, les mando audio en el idioma, y cuando son llamadas, yo hablo en nuestro idioma".

Discreción en los movimientos: Los defensores y defensoras también aprendieron a no revelar su ubicación ni sus planes de viaje. La recomendación generalizada es no revelar dónde se encuentra y que, cuando alguien desconocido pregunte por una autoridad, los comunarios deben decir que no la conocen o que no saben dónde está. Esa medida precautoria se toma en cuenta incluso con su familia, especialmente con sus hijos pequeños, que son inocentes y pueden revelar información sin darse cuenta.

Selección cuidadosa del transporte: El temor a ser interceptado ha llevado a estos líderes a variar constantemente sus rutas y medios de transporte. Por ello admiten que debe tener cuidado en qué vehículo viaja y evita patrones predecibles. También ponen como una medida evitar andar solos cuando realizan sus viajes.

Control de comunicaciones: Ana ha establecido una regla inquebrantable: no contestar números desconocidos ni llamadas de números que no estén registrados en su celular. "Es una norma", afirma categóricamente.

Protección de la información personal: Después de que un empresario encontrara los datos de contacto en una página web, Pedro aprendió a ser más cauteloso sobre qué información se publica y dónde.

Red de confianza limitada: Los líderes han aprendido a confiar solo en un círculo muy reducido. "A veces uno no sabe quién está alrededor tuyo, y a veces el mismo entorno tuyo no es confiable", reflexiona Ana. Esta desconfianza, aunque necesaria, añade otra capa de aislamiento emocional. En su mayoría, los defensores y defensoras mantienen una comunicación constante con sus directos colaboradores sobre sus actividades, pero sin revelar detalles específicos de ubicación a menos que sea absolutamente necesario.

Capacitación constante: Frente a la ausencia de protección institucional efectiva, muchos defensores y defensoras han encontrado en la capacitación constante una herramienta fundamental de resistencia y protección. María lo expresa claramente cuando cuenta que, después de los momentos más duros, "permanentemente me capacitaba entre el derecho de las mujeres, liderazgo. Y bueno, y un tema de oportunidades que nosotros tenemos nosotros como mujeres".

Este aislamiento forzado, la necesidad de mantenerse en movimiento, de no confiar en casi nadie, de comunicarse en códigos, va minando lentamente el bienestar emocional de estos defensores. Se convierten en guerreros solitarios en sus propios territorios, sospechando incluso de sus vecinos y conocidos. Pese a las derrotas parciales, de los estatutos bloqueados, de las declaraciones de persona no grata, de las amenazas de muerte y los exilios forzados, estos defensores no se rinden completamente.

A pesar de que estos defensores y defensoras arriesgan sus vidas diariamente, existe un marco normativo internacional que debería protegerlos, pero que en la práctica resulta insuficiente. El Acuerdo de Escazú, tratado regional sobre acceso a la información, participación pública y justicia en asuntos ambientales en América Latina y el Caribe, dedica su artículo 9 específicamente a la protección de defensores de derechos humanos en asuntos ambientales.

Este acuerdo —ratificado por países como Argentina, Bolivia, Chile y Ecuador— obliga a los Estados a garantizar un entorno seguro y propicio para que las personas, grupos y organizaciones que promueven y defienden los derechos humanos en asuntos ambientales puedan actuar sin amenazas, restricciones e inseguridad. Adicionalmente, instrumentos como la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Defensores de los Derechos Humanos y el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales establecen obligaciones claras de protección. Sin embargo, como demuestran estos testimonios, existe una brecha profunda entre el papel y la realidad.

Estas historias revelan una verdad incómoda: la defensa de los territorios indígenas no es solo una batalla legal o política. Es una guerra de desgaste emocional y psicológico contra personas que han decidido anteponer el bienestar colectivo y el de las futuras generaciones a su propia tranquilidad y seguridad.

Pero quizás lo más doloroso es que estas historias permanecen en gran medida en segundo plano porque pocas veces se mencionan las lágrimas derramadas en la soledad, el miedo que oprime el pecho al escuchar pasos desconocidos, la sensación de vértigo en un balcón del quinto piso o el dolor de ser declarado persona no grata en la tierra que uno ha defendido toda su vida.

Su resistencia no proviene de la ausencia de miedo, sino de la decisión consciente de continuar a pesar del miedo. Porque cuando el espíritu se quiebra, cuando el alma ya no puede más, es precisamente cuando más necesaria se vuelve la red de apoyo que permita continuar esta lucha que, como ellos mismos reconocen, no es solo suya, sino de toda la humanidad.

Nota

Los nombres utilizados en este reportaje son seudónimos para proteger la identidad y seguridad de las personas entrevistadas. Dado el alto nivel de vulnerabilidad al que están expuestos los defensores y defensoras de territorios indígenas, se ha omitido cualquier dato que permita identificarlos, incluyendo nombres reales, comunidades específicas y ubicaciones geográficas. Las historias, sin embargo, son reales y reflejan las experiencias vividas por quienes han dedicado sus vidas a la defensa de sus territorios ancestrales.

Fuente: Fundación Tierra

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades, Defensa del Territorio , Tierra, territorio y bienes comunes

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