Nuevos datos sobre el negacionismo de Monsanto con los daños del herbicida glifosato que nos comemos

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Varias cartas que han salido a la luz en el curso de una investigación judicial revelan los lazos de la multinacional de los agronegocios Monsanto con altos responsables de agencias reguladoras.

Lobby, fábrica de dudas, negacionismo, son algunas de las estrategias que usa la compañía para intentar ocultar los daños de algunos productos que contaminan los alimentos, como el herbicida glifosato.

En marzo de 2015, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) difundió un trabajo científico que concluye que el glifosato probablemente es carcinógeno.

Se ha demostrado que el herbicida puede causar cáncer en animales de laboratorio.

Esto no gustó nada a su principal productor e impulsor, la multinacional de los productos químicos Monsanto. Desde el mismo día en que la IARC dio la noticia la compañía ha intentado desacreditar el informe de la agencia pública.

Como cuenta Jose A. Martínez, profesor titular de marketing de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), toda vez que la OMS no aceptó sus “sugerencias” Monsanto está alargando sus brazos de influencia a estamentos como la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) o la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA) estadounidense.

Resulta que en Estados Unidos, tras una demanda interpuesta en California por varios enfermos de cáncer a la corporación, se han hecho públicos algunos correos electrónicos que comprometen al gigante agroquímico. En uno de ellos, Marion Copley, antigua trabajadora de la EPA y que estaba sufriendo un cáncer de mama terminal, saca los colores a uno de los mandamases de la EPA, Jesse Rowland, acusándole de connivencia con Monsanto y de no atender a las pruebas sobre la peligrosidad del glifosato.

La carta está fechada en marzo de 2013, antes de que la OMS calificara a esta sustancia como probable cancerígeno. Las acusaciones de Copley, que moriría pocos meses después de enviar esta misiva, son demoledoras.

Ruega a Rowland que deje de mirar por sus propios intereses, de regular en favor de la industria y de confabular con otros colegas que han publicado investigaciones afines a los intereses de Monsanto que han condicionado los informes de la Cancer Assessment Review Committee (CARC) sobre los que la EPA basa sus decisiones.

En otros correos se descubre que uno de los ejecutivos de Monsanto, William Heydens, propuso que la compañía escribiera un artículo científico usando la conocida “escritura fantasma” por la cual se paga a autores para que firmen un estudio que está dirigido totalmente por los intereses de la compañía, con el fin de contrarrestar el informe de la OMS.

Esta es la estrategia de la fábrica o siembra de dudas que he explicado en otras ocasiones. Por ejemplo, cuando en octubre de 2015, la misma IARC concluyó que comer carne procesada puede causar cáncer de colon y también han visto asociaciones para el cáncer de páncreas y el de próstata. Y ofreció un dato concreto: cada 50 gramos diarios aumenta un 18% el riesgo de desarrollar este tumor.

Entonces, se puso en marcha la maquinaria para disimular que los aditivos tóxicos de la carne causan cáncer. Estamos observando que cuando hay un negocio que puede ser malo para la salud pública en una situación comprometida aparecen sectores que generan dudas sobre la veracidad de las pruebas que señalan a ese negocio.

Otro ejemplo es el negacionismo premeditado y financiado sobre el cambio climático. Ha habido fábrica de dudas para “ocultar” el cambio climático. Y otra gran compañía global que usa estas estrategias de confusión planificada de la población es Coca-Cola, que ha generado dudas sobre la relación del azúcar con la obesidad para intentar aplacar las críticas a su modelo de negocio.

Hoy, como narra Martínez, la situación es que varias agencias reguladoras consideran al glifosato como no cancerígeno: EPA, European Food Safety Agency, Food and Agruculture Organization y la European Chemical Agency (ECHA). Parece que la cosecha tras la siembra de dudas está siendo buena (bueno, según lo que se considere buena pues nuestros alimentos continúan contaminados por el uso de los glifosatos de turno).

Paradójico ¿no? Todas esas instituciones públicas contradicen las conclusiones de la OMS y obvian las investigaciones comentadas. Y otras como que el glifosato provoca daño hepático a dosis extremadamente bajas, muy por debajo de las permitidas. Esto por cierto es de gran relevancia para contemplar que, como múltiples indicios en la investigación sugieren, los efectos acumulativos de la exposición a tóxicos a dosis permitidas pueden producir efectos biológicos adversos.

A todo esto, un nutrido grupo de científicos (94) firmó un artículo que critica que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, que es la encargada de evaluar los riesgos de la seguridad de los alimentos, defienda un informe publicado en 2015 en el que se afirma que es improbable que el glifosato sea un riesgo para la salud de los humanos, ayudando así a Monsanto.

Tras ello, 109 premios Nobel de Medicina, Física o Química firmaron una carta pidiendo a Greenpeace y a los gobiernos de todo el mundo que abandonen su oposición y sus campañas en contra de los organismos genéticamente modificados (OMG’s), los conocidos como alimentos transgénicos, para cuya producción se usa mucho el glifosato.

El contenido y tono de la misma es algo apocalíptico-conspiranoico. Acusan a la organización ecologista de “crimen contra la Humanidad”. Pero no es sólo Greenpeace, We Move Europe, por ejemplo, mantiene activa una campaña contra el glifosato.

Son lo que podíamos denominar “las guerras con la ciencia”, sólo que los bandos responden a intereses muy distintos, en uno están quienes defienden la salud pública y en el otro intereses privados de industrias cuyas actividades provocan daños en dicha salud. Y hay que tomar partido.

Fuente: Miguel Jara

Temas: Corporaciones, Salud

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