Crisis climática: lo peor está por venir

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El calentamiento global y la extinción masiva de especies son dos de los problemas principales que actualmente amenazan la supervivencia de la humanidad y deben enfrentarse de manera conjunta, de otro modo, los esfuerzos separados están destinados a fracasar.

Las sociedades dependen de la estabilidad planetaria para producir alimento, y contar con agua y aire limpios.

El 77% de la tierra y el 87% del área oceánica han sido modificados directamente por actividades humanas (cambio de uso de suelo, urbanización salvaje, producción agropecuaria intensiva, industrialización, entre otras).

Son estas algunas conclusiones del reporte publicado el pasado 10 de junio, conjuntamente por el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (en inglés, IPBES, e IPCC, respectivamente), órganos encabezados por expertos mundiales en cambio climático y en biodiversidad. Hasta ahora, los esfuerzos globales para mitigar el cambio climático (el Acuerdo de París, por ejemplo), han sido dirigidos en sentido diferente a aquellos orientados a la conservación de la diversidad biológica (la Convención sobre la Diversidad Biológica y otras plataformas internacionales) y, adicionalmente, condicionados o directamente saboteados por las corporaciones transnacionales petroleras y agroindustriales.

La devastación de bosques, selvas, manglares, praderas, ecosistemas marinos, etc., con la consecuente pérdida de biodiversidad vegetal ha reducido sustancialmente la capacidad de absorción de los gases de efecto invernadero (principalmente CO2), produciendo un incremento en la temperatura global del planeta. El efecto invernadero se produce cuando diversos gases (CO2, metano, óxido nitroso, principalmente) atrapan la radiación infrarroja que es reflejada de nuevo hacia el espacio, originalmente proveniente del Sol. Al impedir la salida de la radiación hacia el espacio, se produce un incremento de la temperatura en la atmósfera a nivel global. Con la fotosíntesis, los árboles y otras plantas absorben aproximadamente 11 mil millones de toneladas de CO2, aparte, los océanos absorben 10 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, que, en conjunto, equivale al 27% de las emisiones por la actividad industrial y agrícola. 

Un estudio realizado por la agencia aerospacial de los Estados Unidos -NASA-, indicó que existe un desbalance energético en el planeta, y este se duplicó entre 2005 y 2019. Este desbalance se refiere a la cantidad de energía proveniente del Sol que es absorbida por el planeta, y la cantidad de energía que es reflejada desde la Tierra nuevamente hacia el espacio. El estudio encontró que el aumento al doble de este desbalance energético del planeta se debe al aumento en los gases de efecto invernadero en la atmósfera, a una menor cantidad de nubes y hielo en los polos. El planeta se está calentando a un ritmo sin precedentes y de continuar así, se pronostica un aumento de la temperatura global de entre 2.6 y 4.8 grados centígrados para el final del siglo. 

Para la conservación de la vida en el planeta, desde el pasado remoto, la variabilidad climática ha tenido un papel fundamental en la evolución y expresión de la biodiversidad actual, al regular la distribución de las especies, orígenes, evolución y extinciones produciendo, de manera general, un aumento en la diversidad biológica global. Las actividades humanas influyen de manera determinante en el clima y en la viabilidad de las especies silvestres en todo el planeta: se ha perdido más del 80% del total de la biomasa de mamíferos silvestres; actualmente, los seres humanos y los diferentes tipos de ganado suman el 96% de la biomasa de mamíferos en el planeta; la producción de ganado utiliza entre 10 y 100 veces más superficie que la producción sostenible de vegetales. Por otro lado, en un escenario de aumento de 2 grados de la temperatura global actual, el 18% de los insectos, el 16% de las plantas y el 8% de los vertebrados perderán más de la mitad del área climáticamente determinada para la supervivencia de muchas especies.

Soluciones “basadas en la naturaleza”, no son suficientes

Los sistemas alimentarios industriales generan entre una tercera parte y hasta la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero que van a la atmósfera. El reporte IPBES-IPCC indica que, en épocas recientes, se han implementado medidas orientadas a capturar carbono de la atmósfera, tales como monocultivos para la industria agroalimentaria y energética, o los programas REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) -programa en el que los países del Norte otorgan compensaciones a los países del Sur para mantener sus bosques en pie, mientras los países industrializados mantienen su “derecho” a seguir realizando emisiones contaminantes-. Sin embargo, la realidad indica que tales iniciativas (que forman parte de la economía verde) no solucionan en lo más mínimo el problema del cambio climático global, por el contrario, incrementan las desigualdades entre los países pobres y los desarrollados: los países pobres son los que más están padeciendo los efectos del calentamiento climático a costa del avance del modelo económico e industrial impulsado desde los países desarrollados. Por otro lado, la transición hacia energías renovables ha tomado un ritmo creciente y la tendencia apunta a dejar progresivamente los combustibles fósiles, sin embargo, no debe olvidarse que, por ejemplo, un gran porcentaje de las materias primas que se emplean para la fabricación de las baterías recargables y dispositivos electrónicos, provienen de minerales que, para obtenerlos, debe cavarse el subsuelo (minería intensiva), con la consecuente devastación de los territorios, su biodiversidad, uso masivo de agua y generación de residuos que contaminan exponencialmente y por largo tiempo. 

Otra iniciativa -que no ha sido descartada por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático- es la Geoingeniería. Este concepto se refiere a la intervención humana a gran escala de ecosistemas marinos, terrestres o incluso de la atmósfera, con la intención de regular o controlar el clima a través de la tecnología. La Geoingeniería está clasificada en dos grandes categorías: remoción de dióxido de carbono atmosférico y geoingeniería solar (manipular la atmósfera para bloquear o desviar temporalmente la energía solar que llega a la Tierra para “enfriar al planeta”), y Bill Gates es uno de los filantrocapitalistas que apuesta grandemente por estas “soluciones” basadas en la tecnología pero que, de trasfondo, implican el uso de grandes cantidades de energía, o en algunos casos son promovidas por corporaciones petroleras , o sea, un lavado de cara ecológico a los grandes contaminadores del mundo.

Otro informe, que será publicado próximamente, indica que se están alcanzando puntos de inflexión en los sistemas naturales del planeta, lo que llevará a un desastre probablemente irremediable. Esos puntos de inflexión se alcanzan cuando las temperaturas alcanzan cierto nivel y provocan una cascada de eventos con repercusiones a veces incontrolables o que aceleran otros procesos. Por ejemplo, a medida que se calienta la atmósfera, las grandes extensiones de hielo en el Ártico (permafrost) se están derritiendo, lo cual provoca la liberación de metano atrapado en el hielo, este gas tiene una alta capacidad de atrapar la radiación, que hace aumentar la temperatura. Otro punto de inflexión climático es el derretimiento de los casquetes de hielo de los polos de la Tierra, un efecto del calentamiento global prácticamente irreversible, y con efectos exponenciales, tales como: aumento del nivel de los océanos o alteración de las corrientes marinas, inundaciones, entre otros. Tales alteraciones tendrán efectos a nivel socioeconómico, tales como desplazamientos forzados, conflictos armados, pérdida de cultivos, todas estas consecuencias muy difíciles de cuantificar y de predecir. El reporte menciona: “La vida en la Tierra podría recuperarse de cambios drásticos en el clima al evolucionar nuevas especies y crear nuevos ecosistemas… los humanos no podrán sobrevivir”.

Una evidencia de la erosión de ecosistemas en diferentes partes del planeta y que estamos atestiguando, son los brotes pandémicos virales zoonóticos (de origen animal), como la provocada por el SARS-CoV2. El 60% de las enfermedades infecciosas que han emergido recientemente son de origen zoonótico y su aparición se ha triplicado en la última década. Se conocen más de 150 enfermedades zoonóticas que son transmitidas tanto por animales silvestres como domésticos, y trece de esas enfermedades provocan la muerte de más de 2 millones de personas anualmente. Cuando los ecosistemas naturales (bosques, selvas, etc.) no son alterados por actividades humanas, las interacciones entre los humanos o los animales de granja y las especies silvestres (que podrían ser huéspedes de virus) son menores y la probabilidad de que exista un contagio hacia los humanos disminuye significativamente. Además, se sabe que una vez que la cubierta forestal de los bosques o selvas disminuye a 40% respecto al área original, la probabilidad de brotes epidémicos de origen zoonótico aumenta significativamente.

La evidencia de la crisis climática está presente en las diferentes regiones del mundo y está siendo sistematizada por los estudios científicos, pero las acciones presentadas por los gobiernos no son significativas y están condicionadas por los beneficios económicos que puedan generar dichas acciones para las empresas que disfrazan sus actividades como “sustentables”, aunque siguen devastando los territorios, extrayendo los recursos y generando contaminantes como si no pasara nada, le dicen capitalismo verde.

Fuente: Página 3

Temas: Crisis climática, Economía verde

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