Las voces y la vida de la humanidad futura

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Grupos de mujeres, niñas y jóvenes que protestan e impugnan los mecheros en los territorios amazónicos del Ecuador. Foto: Alex Naranjo

Para las corporaciones, sus empresarios y gobiernos aliados, el futuro sigue siendo una colonia, el lugar que saquean y al que se pueden arrojar bosques quemados, océanos llenos de plástico, aires negros de humos industriales. El futuro es un lugar despoblado que tratan como basurero o almacén de desperdicios. 

Aunque desde los años noventa se habla de la responsabilidad con las generaciones futuras, y en ello se basa el concepto del “Desarrollo Sostenible” de la ONU, la velocidad con que se pierden bosques, la insistencia en el derroche energético, la voracidad de las industrias mineras, han enterrado todas las buenas intenciones de las Naciones Unidas por discutir el desarrollo teniendo en cuenta verdaderamente las voces jóvenes y las generaciones futuras.

Ante la destrucción ambiental, “la mayor parte de la gente que se manifiesta en el mundo posiblemente sean jóvenas y jóvenes, sobre todo mujeres, en Asia, América Latina y otros lugares. La generación que ahora tiene 15 años es una generación que ha decidido salir a la calle a reclamar, no solamente en el tema climático. Nunca ha sido más cierto que ahora esa vieja frase que aprendí cuando era joven” —cuenta Silvia Ribeiro del Grupo ETC—, “que decía que todo lo que tenemos no es nuestro, sino que lo tenemos prestado de nuestros hijos. Es lo que hacen los pueblos wixárika: cuando se van tienen que poner todo en su lugar. En este momento lo que hay es una especie de ataque global brutal contra todas las generaciones futuras, porque todo lo que se está haciendo es destruir la base de sobrevivencia de esas generaciones”. 

Frente a la desesperanza por el futuro, hay propuestas para redefinir lo que esperamos de la vida y para tener justicia con quienes aún no nacen. Que quienes aún no están en carne y hueso, o en hojas y troncos, escamas y pétalos, picos y trompas, hablen y hagan sus propuestas para la existencia que tendrán, que podamos invocarles en vez de heredarles un desastre.

En Japón existe un grupo que se llama “diseñadores del futuro”. Congregan a los habitantes de pueblos pequeños a elaborar planes para los lugares donde viven. A la mitad del grupo se les dice que son habitantes del presente. A la otra mitad les piden que se imaginen como habitantes del año 2060. De forma instintiva y aguerrida, los habitantes del 2060 hacen propuestas como si ya estuvieran viviendo el futuro y enfrentando problemas de urbanización salvaje, falta de agua, destrucción del ambiente. Las propuestas que salen de esos ejercicios se van convirtiendo en insumos para peticiones formales ante los legisladores. En esos ejercicios “de rol”, los habitantes del futuro ya nombran voceros para salvaguardar y proyectar las propuestas de los habitantes del futuro.

Algunos pueblos originarios de Estados Unidos, cuando planean su vida común, o cuando pueden incidir en políticas públicas, aplican el “principio de la séptima generación”, es decir, que cada decisión sobre energía, agua y naturaleza, o sobre las relaciones entre pueblos y con sus autoridades, debe garantizar que las personas de siete generaciones posteriores, que vivirán en el futuro en unos 140 años, no sufran por lo que se decide hoy. 

En 2019, adolescentes de toda Europa empezaron a presionar para que sus padres y abuelos les cedieran su voto en las elecciones al Parlamento Europeo. Es decir, que los adultos votaran por lo que los jóvenes y niños les propusieran. El hashtag #givethekidsyourvote se hizo viral en las redes sociales y la campaña llegó hasta Australia. Muchas familias narran cómo tuvieron largas discusiones con sus jóvenes, y quienes aceptaron darle a sus hijas e hijos su voto, recibieron la instrucción de a quién elegir y qué proyectos rechazar.

La artista escocesa Katie Paterson diseñó una biblioteca para el futuro. Desde 2014, invitó a escritores a donar un libro cada año, por cien años. También invitó a una comunidad de Noruega a sembrar árboles para el papel en que se imprimirán los libros. El proyecto inició en 2014, y terminará en 2114, año en que se usarán los árboles para hacer el papel, y podrán leerse los libros. “Somos primos de los árboles —dice Katie Paterson—, compartimos muchos de los genes y del material del universo que dio existencia a ellos y a nosotros. Nuestros primos los árboles nos dan ahora el aire que respiramos. Mirar hacia el futuro es tan importante como mirar al pasado. Los libros, que reflejarán las dificultades y las alegrías de la humanidad cada año, van construyendo un puente ininterrumpido hacia el futuro. Porque las generaciones futuras pueden ser invisibles para nuestros ojos, pero nos conectamos con ellas mediante las acciones de ahora. La biblioteca del futuro es una plegaria también, que invoca la continuidad de la vida entre el pasado remoto y el futuro profundo.

Y mientras reclamamos vivir dignamente hoy, peleando contra la muerte y destrucción que ahora se cometen desde el poder, inventemos formas de convertirnos en “buenos antepasados”, como dice el filósofo australiano Roman Krznaric. 

Desde México, once mil árboles condenados a muerte por la construcción del Tren Maya celebran una asamblea “del peso de los tiempos, de los cruces de caminos, de los vientos encontrados, del polen trasegado, de las veredas que configuran la selva”. Alzan sus voces verdes y sus cortezas milenarias contra proyectos de todos tamaños que destruirán la selva que somos todas, todos. 

Sí hablan los habitantes del futuro. Y los jóvenes y las jóvenes de hoy, les escuchan con toda claridad. 

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 Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas #114

Temas: Tierra, territorio y bienes comunes

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