De un vistazo y muchas aristas #106: autorretrato de un Ecuador en lucha

Idioma Español
País Ecuador
Ceremonia de la Uyanza, en Mojandita, Otavalo, Imabura, Ecuador. Foto: Iván Castaneira

Presentamos una galeria de retratos de diferentes aspectos y regiones el Ecuador, mostrando un país y unos conflictos que pocas veces miramos retratados en las noticias ni en las investigaciones académicas. En este recuento, realizado por gente entrañable y cercana a los procesos relatados, amanece un Ecuador profundo, dispuesto a seguir luchando y a mirarse de frente y con cariño, pero con una mirada lúcida y transformadora. En Biodiversidad lo celebramos con este pequeño retablo de historias.

Treinta años del primer levantamiento indígena

Entre mayo y junio de 1990, los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador, sobre todo de la Sierra y Oriente ecuatoriano, liderados por la Conaie, protagonizaron un primer levantamiento que significó una afirmación cultural colectiva. La acción de protesta tuvo un preludio el 28 de mayo con la toma de la Iglesia de Santo Domingo. La madrugada del 4 de junio, en siete provincias del Ecuador —Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, Tungurahua, Bolívar, Chimborazo y Cañar—, los indígenas cortaron, en numerosos puntos, la carretera Panamericana y otras arterias importantes de la zona. En días posteriores se dieron cortes de carreteras en Cañar, Azuay, Loja y la región amazónica, a cuyas acciones se sumaron la toma de una docena de haciendas y algunos edificios públicos en las capitales provinciales.

- Foto de Iván Castaneira.

Las demandas fundamentales de este levantamiento giraban alrededor de una solución y legalización en forma gratuita de la tierra y territorios para las nacionalidades indígenas; agua para regadío, consumo y políticas de no contaminación; declaratoria del Estado Plurinacional; la entrega inmediata de los fondos presupuestarios para las nacionalidades indígenas; obras prioritarias de infraestructura para las comunidades, protección y desarrollo de los sitios arqueológicos, expulsión del Instituto Lingüístico de Verano, legalización y financiamiento de la medicina indígena por parte del Estado.

El gobierno socialdemócrata de Rodrigo Borja tuvo que enfrentar esta acción histórica en medio de la sorpresa que causó el carácter masivo de la protesta que entre otras actividades destaca la convocatoria que se hizo al arzobispo de Quito, Antonio González, y al obispo de Latacunga, José Mario Ruiz, para que mediaran con las organizaciones.

El movimiento indígena aceptó el diálogo, pero previamente exigió que el mismo fuera en igualdad de condiciones y con respeto mutuo. Exigieron se retirara el cerco policial que rodeaba a la Iglesia de Santo Domingo, la desmilitarización de las comunidades indígenas y la libertad de los detenidos.

Como lo recuerda Luis Macas, presidente de la Conaie en ese entonces, “de esta forma se inició una serie de reuniones de diálogo, de unos cinco meses, donde se dilató el tratamiento de los problemas básicos de nuestra demanda; no existió concreción ni respuestas positivas a nuestros pedidos. Hábilmente el gobierno armó cadenas de televisión y una campaña de difusión donde aparecía como que él estaba atendiéndonos, distorsionando de esta manera la realidad. Mientras dialogábamos, el propio presidente de la República, en forma por demás imprudente, hacía declaraciones como aquella efectuada en Santo Domingo de los Colorados, donde señaló que ningún gobierno ha hecho tanto por los aborígenes como el suyo, y que los indígenas éramos unos «mal agradecidos», que nos dejábamos manipular por agitadores profesionales, provocando movimientos violentos que perturban la paz del país”. Una vez más, el movimiento indígena debió movilizarse para exigir se cumpliera lo acordado, cuando en 1992 se realizó la Marcha de los Pueblos Amazónicos.

Como lo señalara el comunicado de la organización indígena, el Levantamiento del Inti Raymi de 1990, se constituyó en un hecho político y social de importantes connotaciones, fue la irrupción del movimiento indígena como un actor en el acontecer nacional, “con plena conciencia de su identidad cultural, política e histórica y consecuente con un proyecto político nacional que busca cambiar las estructuras del poder”.

Este primer levantamiento abrió un debate en el país, en las organizaciones populares, universidades, etcétera. Demostró el carácter plurinacional, multicultural y multiétnico del Ecuador, los comunistas marxistas leninistas constatamos esta realidad y en el IV Congreso asumimos una resolución al respecto. En definitiva, se sacudió la conciencia en todo el país. Los pueblos originarios estremecieron a la sociedad, al punto que incluso la Constitución actualmente reconoce la plurinacionalidad, aunque en los hechos las clases dominantes han hecho todo para impedir su concreción.

Desde hace treinta años la política ecuatoriana no puede ser analizada sin tomar en cuenta al movimiento indígena, mismo que se convirtió en un actor de primera línea. Incluso las organizaciones electorales de derecha han trabajado por cooptar y dividir el movimiento. Por su parte, este movimiento social y nacional, representado principalmente por la Conaie, ha tenido el acierto de constituir su organización política, la que se reivindica como fuerza progresista, democrática y antineoliberal. Su accionar ha permitido generar instancias unitarias importantes entre las organizaciones y los pueblos que conforman el Ecuador.

A partir de este levantamiento, en palabras de Pablo Miranda, “hay que contar obligatoriamente con los pueblos indígenas” como una de las fuerzas importantes para la revolución; ellos han adquirido una mayor conciencia de su rol histórico. Su accionar, sumado a la movilización de los trabajadores, mujeres y jóvenes de muchas ciudades del país, hizo que en octubre de 2019, se detuviera la aplicación del decreto 883.

Mateo Rodríguez (OPCION)

¿Cómo vamos a salir de esta pesadilla?
Cómo se vivió el Covid-19 en Guayaquil

La imagen de cadáveres en las calles de Guayaquil precariamente cubiertos con plásticos es un reflejo de la gravedad de la situación actual del Ecuador. Mayorías sumidas en la pobreza y el abandono. Enormes desigualdades sociales. Un gobierno que trata de resolver la pandemia del coronavirus con medidas parches, improvisadas y tardías. En medio de la falta de recursos por la grave crisis económica, el gobierno decide pagar 300 millones al FMI y no entregar esos recursos directamente para combatir el coronavirus. Fue más importante quedar bien con el Fondo Monetario Internacional que la vida de los ecuatorianos. Ni un centavo de reservas en las arcas fiscales, el gobierno de Correa las despilfarró todas. Insuficiencia de servicios públicos. Inútil complicación burocrática que no permite el levantamiento oportuno de los cadáveres. Desorganización. Falta de un plan ingenioso y proactivo para combatir la pandemia. Miles de personas que irrespetan el toque de queda por ignorancia y muchas otras que lo hacen porque si no salen a trabajar no comen. Un sistema de salud colapsado donde médicos, enfermeras y administrativos, todos los días, literalmente se juegan la vida no sólo por la naturaleza de su trabajo sino además por la falta de insumos y equipos de protección.

Preocupado de no contagiarse, el presidente Moreno ya no sale de su vivienda y se lo ve poco en la televisión. El vicepresidente Sonnenholzner, en cambio, se preocupa porque “hemos sufrido un fuerte deterioro de nuestra imagen internacional” en vez de preocuparse por los cientos de víctimas mortales y miles de contagiados de coronavirus que hay en el país.

Somos el segundo país de América Latina por número de muertos sólo por detrás de Brasil, pero ese país tiene una población tres veces mayor a la del Ecuador (unos 209 millones de habitantes vs 16 millones). El porcentaje de mortalidad en el Ecuador es enorme.

El derecho a la vida y a la salud es violentado por falta de atención médica: las personas han muerto en sus casas porque no hay camas en los hospitales o porque no les pueden hacer las pruebas por insuficiencia de reactivos.

Muchos otros derechos son afectados. Debido a que la mayoría de la gente pobre no tiene ni computadora ni internet, los niños y jóvenes no tienen acceso a la enseñanza virtual o lo tiene en una mínima parte y su derecho a la educación se ve conculcado. Muchísimos ecuatorianos con deseos de volver al país, pero con serias imposibilidades para hacerlo y sin respuesta.

Habiendo servidores públicos impagos, miles de personas han perdido y siguen perdiendo sus empleos a causa del cierre de empresas y el recorte de personal debido a la paralización obligada de actividades. El derecho al trabajo seriamente afectado.

¿Cómo vamos a salir de esta pesadilla? A corto, mediano y largo plazo, es una pregunta ineludible que sin más demora, (todos y en especial el gobierno) debe de plantearse para encontrar alternativas reales hacia un horizonte.

PRODH, abril 13, 2020

La pandemia sigue y el agronegocio no se detiene

Cuando empezó la cuarentena, en Ecuador se emitió el Decreto Ejecutivo 1017 del 16 de marzo de 2020, a través del cual “se declara el estado de excepción por calamidad pública en todo el territorio nacional” y se exceptuó del confinamiento: “toda la cadena de exportaciones, la industria agrícola, ganadera…”; es decir que la agroexportación continuó funcionando. El sector no ha dotado a sus trabajadores y trabajadoras de apropiadas medidas de bioseguridad, y dada sus quejas de haber sufrido grandes pérdidas, se han beneficiado de excepciones tributarias; sin embargo, ha tenido exportaciones extraordinarias durante la pandemia.

Es así como el banano ecuatoriano ha alcanzado ventas superiores en lo que va del 2020, en relación a las hechas en años anteriores. Igual ocurre con otras mercancías agrícolas de exportación, como el camarón. Aunque sus exportaciones tuvieron una pequeña caída en diciembre/enero, cuando el Covid era todavía una epidemia restringida a China (primer importador del camarón ecuatoriano), estas subieron cuando el país se recuperó, superando el volumen exportado el año pasado.

Pero la agroindustria necesita grandes cantidades de agrotóxicos para asegurar ciertos niveles de producción. Gracias al incremento en la demanda, la empresa Syngenta (ChemChina) tuvo un lucro de 855 millones de dólares en el primer semestre de 2020, un 7% por encima del primer semestre del año pasado. América Latina significó el 20,6% de las ventas de la empresa.

Los agrotóxicos en el ambiente exacerban los impactos del Covid, como muestra un estudio reciente de la Universidad de Birmingham: “utilizando datos detallados, encontramos pruebas convincentes de una relación positiva entre la contaminación del aire y concentraciones concretas [de partículas pequeñas] y casos de Covid-19, ingresos hospitalarios y fallecimientos. Esta relación persiste incluso después de controlar un rango amplio de factores explicativos”.

El agronegocio no sólo está tratando de sobrevivir en medio de la pandemia, sino que la está utilizando para incrementar sus ganancias. Mientras la mayoría de personas en el mundo estamos en confinamiento, la agroindustria y la agroexportación no han parado, y algunas ramas han tenido récords históricos de exportación, y en muchas ramas agroindustriales, se registran elevados números de trabajadores contagiados con Covid.

Acción Ecológica Opina

Cierre de mercados municipales en tiempo de Covid

El confinamiento causado por el coronavirus ha traído unos sufrimientos adicionales a los pequeños productores y comercializadores de alimentos en Loja, esta ciudad de unos 200 mil habitantes, que cuenta con 6 mercados municipales, que albergan unos 2 mil 400 pequeños comerciantes y 2 ferias libres que se realizan cada semana. En ellas participan unos mil 300 vendedores entre productores y pequeños comerciantes, incluido productores agroecológicos. La ciudad entró en confinamiento severo desde el 14 de marzo, y entre las medidas emitidas estaban la restricción del horario y los días de venta de los mercados municipales, en tanto que las dos ferias libres han sido cerradas completamente y aún no hay definida la fecha de apertura.

Esta situación ha afectado a los pequeños comerciantes y pequeños productores, ha significado una disminución de las ventas, hasta un 60% en tiempo de confinamiento y aún no se ha recuperado a los tiempos normales anteriores a la pandemia. Por otra parte, el abastecimiento de los mercados locales municipales proviene de pequeños productores de regiones cercanas y de otras provincias; estos productores también han dejado de vender sus productos y han disminuido fuertemente sus ingresos, de igual forma. Ha habido un abandono de puestos de venta en los mercados locales, un 15% de pequeños comerciantes ha cerrado sus puestos, pasando a condiciones de trabajo más precarias que las que tenían.

Al contrario, las cadenas de supermercados han estado abiertas en horarios más amplios; así a finales de agosto mientras los mercados municipales se cierran a las 3 de la tarde, éstas permanecen abiertas hasta las 8 de la noche, y el cierre de los mercados municipales durante los días sábados y domingo que es donde hay el mayor movimiento y el volumen de venta en los mercados municipales, termina beneficiando a las cadenas de supermercados.

En un estudio de este fenómeno titulado “¿Están en riesgo los mercados y ferias municipales?” se observa que en la ciudad de Quito hay un patrón de instalación y crecimiento de supermercados a partir de los años 60, los que se van ubicando junto a los mercados municipales. Ahora los doblan en número. Este patrón de instalación de supermercados se repite en Loja.

Se abre entonces el desafío de evitar que estos mercados, a pretexto de la pandemia, sean asfixiados por el crecimiento de los supermercados, que a su vez funcionan como presencia en el territorio de las cadenas de acumulación de los agronegocios y el capital transnacionalizado. Tenemos que esforzarnos por valorar el rol de los mercados locales, pues forman parte de los bienes sociales comunes de la sociedad, y exigirle a los gobiernos una mayor voluntad de aplicación de políticas públicas, para fortalecer los mismos.

Benjamín Macas (Red Agroecológica Loja)

Ecuador libre de transgénicos
Una victoria por la soberanía alimentaria

- Foto de Iván Castaneira.

Luego del gran acuerdo agrario del 2008 en la que se declara al país como libre de semillas y cultivos transgénicos en la Constitución ecuatoriana, han sido muchas las acciones desde el Estado y de las élites económicas para contradecir esta decisión, develando el sentido que se quiere imponer dentro del panorama agrario nacional: una agricultura donde predomine el control monopólico de tierra, del agua y de las semillas y la producción de materias primas dependientes de fertilizantes y agrotóxicos. En 2015 se identificó la siembra ilegal e inconstitucional de soya transgénica en la cuenca del río Guayas, con un silencio cómplice de las autoridades gubernamentales, quienes contaban con información sobre su presencia.

Tras el constante trabajo de denuncia y monitoreo de transgénicos en Ecuador, en 2019 se pudo levantar un precedente respecto a estos cultivos ilegales cuando organizaciones campesinas articuladas, con el patrocinio de la Defensoría del Pueblo, presentaron una acción de protección que demostró la presencia de soya genéticamente modificada. El fallo histórico (primero en su tipo) obliga al Ministerio de Agricultura y Ganadería y a la Agencia de Regulación y Control Fito y Zoosanitario-Agrocalidad a hacer monitoreos continuos hasta procurar la erradicación de semillas de los centros de abasto, así como la garantía de no repetición de que dichos cultivos vuelvan a presentarse en territorios campesinos del país.

Y pese a que un año después las organizaciones peticionarias siguen esperando que se haga efectiva la sentencia, la trascendencia de este caso ha seguido fortaleciendo el marco jurídico del Ecuador en torno a la prohibición de semillas y cultivos genéticamente modificados. En 2020 este caso fue elegido por la Corte Constitucional del Ecuador para hacer jurisprudencia obligatoria y vinculante. De acuerdo al documento de la Corte Constitucional: “El caso presenta trascendencia o relevancia nacional en tanto la definición del contenido y alcance de la prohibición constitucional de introducción de semillas y cultivos genéticamente modificados afecta a todos quienes ejercen actividades agrícolas o afines, en todo el territorio nacional”.

De la misma forma, se recoge el fallo respecto al caso de soya transgénica ilegal en Ecuador en el informe de Armonía con la Naturaleza de Naciones Unidas del 2020, que incluye más de 170 casos inspiradores y desarrollos en jurisprudencia de la Tierra, avances en leyes y políticas, iniciativas en educación formal e informal, aprendizaje y actividades de divulgación pública en todo el mundo durante la segunda mitad de 2019 y la primera mitad de 2020.

Tanto la declaratoria constitucional como la acción de protección es un precedente internacional en las luchas por la defensa de las semillas del Ecuador y del mundo, y expresa la propuesta campesina encaminada hacia la soberanía alimentaria, que para este caso se resume en una frase: Ecuador es y será un país libre de cultivos y semillas transgénicas.

Alexander Naranjo

Cuando el mar entra a la tierra: camaroneras tierras adentro

En la costa ecuatoriana, los últimos remanentes de bosques secos y húmedos tropicales están amenazados por la expansión de la frontera del maíz industrial (para agroindustria avícola), y la palma aceitera, el banano, la balsa, el cacao (para la exportación). Ahora una nueva amenaza se cierne en estos ecosistemas, a los que se suman los humedales y las tierras campesinas y comunales: la producción de camarón en tierras altas.

El Ecuador es un importante exportador de camarones tropicales. Sus principales mercados son China y Vietnam, y es el primer proveedor de camarones a la Unión Europea. En 2017 las exportaciones de camarón superaron al banano, el producto de exportación “estrella” de las últimas décadas.

La actividad camaronera en el Ecuador se inició en 1968, en zonas de salitrales. En la década de 1970 empezó a invadir bosques de manglar, un ecosistema de gran importancia ecológica y cultural, porque sirve de sustento tanto a miles de familias recolectoras de mariscos, como a especies marinas que pasan etapas críticas de su desarrollo en el manglar.

En la década de 1990 la producción de camarón cayó dramáticamente por el brote de la enfermedad viral de la mancha blanca, que alcanzó niveles epidémicos. Es en ese contexto que la industria camaronera empezó a ocupar tierras agrícolas y ecosistemas naturales “tierra adentro”.

Uno de los problemas que genera esta forma de producir camarón es el uso de agua de fuentes naturales, en ecosistemas donde el acceso al agua para la población es crítico. La piscina se llena con agua bombeada del río, y en la época de cosecha (cada tres meses), se devuelve al río el agua contaminada con antibióticos, pesticidas, fertilizantes, los cadáveres de camarones y sus heces fecales. La industria camaronera es la principal consumidora de soya transgénica en el país, con ella se alimenta a los camaroneras, y sus residuos forman también parte del paquete que se echa al río.

Con el fin de diversificar su forma de producción, las empresas camaroneras, que también son exportadoras del marisco e importadoras de insumos, han incursionado en producción tierra adentro. Están transformando haciendas dedicadas a la producción de arroz o ganado a esta nueva actividad. Agremiadas en la Cámara Ecuatoriana de Acuacultura, ejercen un fuerte cabildeo para recibir beneficios fiscales, tributarios y laborales por parte del Estado. Durante la pandemia, las exportaciones de tres empresas fueron rechazadas por el gobierno chino, al encontrarse material genético del coronavirus causante del Covid-19 en su embalaje, ante lo cual el gobierno ecuatoriano hizo un despliegue diplomático del más alto nivel, revirtiéndose la medida. Una de estas empresas tiene inmensas piscinas tierra adentro.

Ellas han establecido alianzas con certificadoras como la Sustainable Shrimp Partnership (SSP) o Asociación para el Camarón Sustentable, con el asesoramiento de WWF, como una forma de maquillaje verde para la industria camaronera del Ecuador y garantizando la entrada a un mercado de élite, pues el único requisito para certificarse es no usar antibióticos, sin importar otros graves impactos ambientales y sociales inherentes a esta actividad.

En torno a estas empresas gravita una gran cantidad de pequeñas camaroneras de propiedad campesina, cuyos dueños dependen totalmente de éstas para la compran de insumos y la venta de su producción. Igual sucede con las camaroneras asentadas en tierras comunales en territorios de la nacionalidad wankavilka, donde los comuneros arriendan sus tierras.

De especial preocupación es lo que está sucediendo en el humedal La Segua, el quinto en importancia en el país, donde ya hay varias camaroneras, pero que, en su afán de expansión, han iniciado un ciclo de quemas del humedal para facilitar su expansión en este humedal protegido.

Elizabeth Bravo

Más información sobre el tema puede encontrarse en el libro:

www.naturalezaconderechos.org/2020/07/23/cuando-el-mar-entra-a-la-tierra/

Valdivia: comuna ancestral amenazada

Valdivia, en la costa del Ecuador, fue un centro radiante que influyó sobre otras culturas no sólo del país, sino del continente. Se trata de una comuna muy antigua con derechos territoriales reconocidos desde la misma Colonia y ratificados en todos los procesos nacionales de convalidación de derechos territoriales. Valdivia forma parte del pueblo wankavilka, que en conjunto, es uno de los territorios indígenas “reconocidos” más grande del Ecuador. Adquirió estatuto jurídico en 1938 con la Ley de Comunas; en 1976 fue inscrita en el Registro de Comunas; en 1982 en el Registro de la Propiedad. Recibió su título de propiedad en 1984 por 1572 hectáreas. En 1997 fue declarada patrimonio cultural de la nación, porque en este territorio floreció la cultura con la ocupación continua más antigua del Ecuador. Hay indicios de la agricultura más antigua de América, con cultivo de plantas de hace más de 9 mil años.

En lo que hoy es Valdivia, hace 4 mil y mil 800 años a.C. se fundaron las primeras comunidades, con una cerámica cuyos vestigios aún sorprenden; sus pobladores están entre los primeros navegantes y los primeros horticultores, habiendo domesticado varias plantas comestibles.

Es un territorio junto al mar, con bosque seco y manglar, del que quedan solamente remanentes, y bosques de garúa en la cordillera Chongón Colonche; está influido por el mar, con sus brisas y sus corrientes.

A pesar de tratarse de un territorio indígena cuyas tierras son “inalienables, inembargables e indivisibles”, como dice la Constitución, ha habido varios conflictos de tierras, ninguno tan grave y al mismo tiempo, tan actual como el de Marfragata: una empresa que reivindica para sí un título de 267 hectáreas y propone fragmentarlas en lotes con la intención de venta y/o de desarrollo de proyectos probablemente inmobiliarios, en el corazón mismo del territorio [1].

Para despojar a pueblos y naturaleza en Valdivia se han desplegado ejercicios de poder y capacidades de influencia de los distintos sectores interesados, tanto en los sistemas administrativos de registro de trámites como en los sistemas de justicia con los clásicos recursos legales de despojo: registro de haciendas y reclamos de herederos; posesión de tierras de terceros; reclamos para aplicar lo que se denomina la función social y ambiental de la tierra; compra-venta de tierras por parte de comuneros y declaración de utilidad pública por parte del Estado para distintos proyectos o infraestructuras.

Valdivia es una de las zonas con mayor presión para el desarrollo del turismo y la urbanización salvaje, tiene además diversos intereses industriales que se han ido renovando con el tiempo: petróleo, pesquerías, turismo, agroindustria. Este territorio junto al mar, vecino a la ciudad más grande del Ecuador esconde los deseos de muchos por ocuparlo. Las élites se sienten con derecho a su pedazo de mar, incluso reivindican que cuidarán de mejor manera su paisaje.

A pesar de esto los indígenas de la zona han logrado mantener un relativo control sobre su territorio. Las comunas históricamente utilizaron distintas estrategias para sobrevivir, desde la Colonia hasta nuestros días. Una de ellas fue volverse invisibles, dejar de hablar su lengua y mimetizarse como población mestiza, disputar espacios de producción y comercio con las élites, manteniendo siempre la presencia en su territorio. Tierra adentro, mantuvieron su cultura, la convivencia con la naturaleza y sus sistemas de reproducción de la vida; incluso impidieron asentamientos de extraños en su territorio.

Siguieron siendo pescadores, campesinos de bosques secos con sus tradicionales sistemas de agua como son las albarradas, siguieron sembrando calabazas, llamando sus lugares con sus nombres indígenas y sobre todo mantuvieron esa unidad entre cultura y naturaleza propia de las culturas amerindias.

La batalla actual por defender la integridad territorial es compleja, hay varios procesos legales, incluyendo acciones penales en contra de los líderes de la comunidad, por haber derrocado los muros con los que Marfragata pretendía confirmar su propiedad.

Una acción legal determinante, porque deberá resolver los temas de fondo, es la Acción Extraordinaria de Protección admitida en marzo de 2019 por la Corte Constitucional, donde se resolverá si se violaron o no los derechos del pueblo indígena [2].

Es una decisión sobre derechos colectivos de los pueblos indígenas, pero deberá también resolverse sobre los derechos de la Naturaleza, que en Ecuador es sujeto de derechos. Cómo se velará por sus derechos, si como un “paisaje” hermoso y apetecible, o como un “lugar” cargado de recuerdos y memorias de los pueblos que lo viven.

La experiencia de Valdivia se repite en varias comunas de la zona, amenazando la supervivencia de este pueblo milenario y de la naturaleza.

Esperanza Martínez

Galápagos ¿paraíso de la evolución?

Ubicadas a 900 kilómetros de la Costa ecuatoriana, estas islas conforman un archipiélago de origen volcánico reconocido por su biodiversidad única. Desde que fueron visitadas por Charles Darwin en 1835, las Galápagos se convirtieron en un símbolo de la conservación y son vistas como el laboratorio viviente de la evolución, donde se confirman todas las teorías planteadas por Darwin.

- Rana encontrada en la visita nocturna a la reserva de los Llanganates, provincia de Pastaza, Ecuador. Foto: Iván Castaneira

Pero la realidad es muy diferente. La crisis generada por el Covid develó cómo estas islas, que han basado su economía en el turismo y la investigación científica, son totalmente insustentables si se corta el fuerte lazo que mantienen con el continente, del que se proveen de agua dulce y alimentos.

Se desentrañó además que el turismo llega, disfruta de las maravillas naturales, de los pacíficos leones marinos, nadan de cerca con tiburones martillos, se fascinan con las playas verdes, blancas o grises, y se van. A la población local le quedan migajas que desaparecieron cuando se terminó el turismo.

Las Galápagos fueron declaradas parque nacional en 1959 y Patrimonio de la Humanidad en 1978, y desde su creación su estrategia de manejo se basó en un divorcio entre la población local y los planes de conservación. La población local (de unos 33 mil habitantes), es vista como una amenaza a la conservación de las islas.

A las familias asentadas en las islas no les queda nada de la enorme riqueza que genera Galápagos. Muchas han abandonado la agricultura para dedicarse al turismo, y los agricultores que siguen en el campo deben enfrentar problemas graves, como la alta dependencia al glifosato.

La práctica ha mostrado que en realidad las fincas productivas constituyen la mejor estrategia para el control de especies no nativas en Galápagos, y es cuando son abandonadas que se produce fuga de especies cultivadas con potencial de convertirse en malezas. Al momento, hay esfuerzos para eliminar el glifosato en la producción agrícola para adoptar prácticas agroecológicas.

Pero el glifosato no es utilizado únicamente por los agricultores, sino que es parte de la estrategia de erradicación de plantas invasivas.

El glifosato fue introducido en las estrategias de conservación en Galápagos en los años 90 para la erradicación de especies invasoras. La Fundación Charles Darwin apoyó a Monsanto para que conduzca investigaciones que buscan controlar malezas invasivas como la mora y proteger el hábitat del petrel de Galápagos, el bosque de Scalesia y las tortugas gigantes.

El glifosato se ha usado por más de una década por la dirección del Parque Nacional Galápagos para el control de la mora, una de las plantas transformadas en malezas que amenazan los bosques de Scalesia, una comunidad vegetal endémica del archipiélago, y su uso lo han apoyado fondos de la cooperación internacional para la conservación de la biodiversidad, como el GEF.

La Fundación Charles Darwin es una organización internacional sin conexiones reales con el Ecuador continental, tiene una gran influencia en las decisiones que se toman en las islas. La mayor parte de sus fondos provienen de Europa y Estados Unidos, lo que pone en entredicho la soberanía real de las islas.

La gente fuera de la lente: el Galápagos campesino. Si se mira cualquier promocional turístico de Galápagos, rara vez aparecen personas que no sean turistas felices, si acaso, un guía se colará en alguna que otra fotografía. Narrativa que complementa eficazmente, la idea de un “santuario” de la evolución que gracias a su condición insular no tuvo que sufrir la intervención humana.

Lo cierto es que ya en tiempos precolombinos, el navegante pueblo manteño que recorrió desde Chile hasta Oaxaca fundando su rica confederación en el intercambio de bienes sagrados, noticias, y saberes sanatorios, visitó y habitó estas islas.

Las islas Galápagos siempre tuvieron poblaciones más o menos permanentes. De hecho, la famosa expedición científica británica del Beagle fue recibida por el entonces gobernador del archipiélago, José de Villamil, conocido prócer de la independencia guayaquileña, quien años antes habría fundado la “Sociedad Colonizadora de las Islas Galápagos” y habiendo denunciado como “baldías” las tierras de Floreana y San Cristóbal, tomó posesión de grandes extensiones para instaurar, muy a tono con las burguesías emergentes post independencia, plantaciones de café y de caña trayendo para el efecto, esclavos y jornaleros del continente y reproduciendo el modelo de hacienda cacaotera del litoral continental. Esa producción se comercializó por un tiempo en Panamá y Guayaquil, pero las condiciones de explotación de los trabajadores fueron tales que muchos huyeron de vuelta al continente. Con el tiempo, esos latifundios dejaron de producir, gran parte del ganado bovino y caprino, a falta de manejo, se diseminó por las islas tornándose más tarde en un problema para la fauna nativa.

Quienes no se integraron a las haciendas, organizan su modo de vida en torno a la agricultura familiar y de subsistencia. Como ocurre estos casos, los nuevos habitantes de Galápagos, implantaron formas de labranza de la tierra, técnicas productivas, costumbres, formas de pensar y demás manifestaciones propias de sus culturas. Junto con sus pertenencias llevaron plantas, semillas y animales y todo lo que consideraron indispensable para su supervivencia material y espiritual y para su reproducción social. Y así se organizaron, adaptándose a una naturaleza distinta respecto a la que estaban acostumbrados en sus lugares de origen y terminaron comprendiéndose con su nuevo entorno. En la medida en que sólo toman los recursos necesarios para su subsistencia, contribuyeron a la conservación de su nuevo lugar.

A inicios de los años 50 del siglo pasado, el total de habitantes de las Islas Galápagos se estimaba en 1340. Luego se producen migraciones espontáneas desde distintas partes del territorio nacional, originadas en catástrofes naturales como el terremoto de Ambato (1952), sequias de Manabí y de Loja (1967); y, en general, en el empobrecimiento rural del país.

¿Cómo entonces, no aparecen en escena? Básicamente por efecto de un interminable ejercicio colonial incapaz de mirar territorio alguno como algo más que recursos. Así es como los gobiernos y las fundaciones han tratado a las islas; sólo así se explica el desapego para entregarlas como base militar estadounidense durante la II Guerra Mundial; o para ceder la gestión territorial a una fundación plenipotenciaria que canaliza recursos internacionales, facilita la presencia de universidades y centros de investigación extranjeros cuyos estudios poco aporte han dejado a la población insular; que monopoliza la incidencia en las políticas públicas para la provincia.

Apenas se ha empezado a aceptar que las políticas para las islas Galápagos deben bajar su intensidad en el enfoque “biologista” y entender la problemática desde una perspectiva más integral, en la que el ser humano y sus espacios de influencia empiezan a ser considerados como determinantes para las políticas y estrategias de conservación.

La economía artificial del turismo industrial, genera liquidez y abundante trabajo temporal; pero en realidad no consume nada de lo que se produce localmente, la mayor parte de la actividad turística se desarrolla en un circuito cerrado de cruceros y hoteles, con marginal participación de servicios de alimentación, trasporte y guianza. La comida y el agua vienen del continente, cuando no del exterior. ¿Cómo es posible que 250 mil turistas no consuman la producción local de 31 mil habitantes? Se trata de una economía que opera cual fuego de artificio.

La realidad es que ni siquiera la población insular consume los alimentos que se producen en las cerca de 26 mil hectáreas agrícolas de las islas San Cristóbal, Santa Cruz, Floreana e Isabela. Galápagos importa del continente entre el 75% y el 90% de la comida que consume.

Esta economía distorsionada vulnera la soberanía alimentaria de las islas y quiebra la producción campesina, la mayoría de quienes aún se dedican a la agricultura supera los 65 años, muchas fincas van quedando abandonadas. La falta de estímulo es tal, que incluso las organizaciones de productores/as han experimentado un enorme debilitamiento e inactividad.

Irónicamente, en Galápagos se produce un café orgánico de altura de altísima calidad, tiene una importante producción de lácteos y cárnicos que proceden de una ganadería libre de aftosa sin vacuna, cuenta con una diversa y rica producción de frutales y cultivos de ciclo corto; sus características ecológicas le permiten contar con productos tropicales y de clima templado. Hay que ser campesino/a para perseverar en escenarios tan adversos.

Meses antes de la pandemia, agricultores y agricultoras de San Cristóbal reflexionaban sobre su situación, la pérdida de su tejido organizativo y la necesitad de posicionar la producción propia entre la población urbana. También retomaron el trabajo en minga para ayudarse mutuamente con las labores culturales, pues en la isla no solo que pagar jornal es muy caro, sino que no hay quien quiera trabajar de jornal. Empezaron a recuperar el control de sus organizaciones que cayeron en manos de caudillos electoreros; y van transitando de a poco hacia una producción agroecológica que les está devolviendo el aprecio por sus propios saberes y la dignidad de su labor. Es paradójico pensar que tanto conservacionismo no haya reparado en el creciente uso de agrotóxicos en la agricultura y sus terribles efectos ambientales y sociales.

Ese turismo ambientalista, conservacionista y científico, que deja tan poco para proporcionar servicios básicos a la población, mostró su fragilidad durante la crisis sanitaria decretada por el gobierno ante la pandemia de Covid-19. La vulnerabilidad alimentaria quedó expuesta y desnuda; más, ante una incompetente respuesta gubernamental.

De no ser por la producción campesina local, el cierre casi total de puertos y aeropuertos habría desa-tado una hambruna generalizada. Pero no sólo fue la disponibilidad de alimento lo que finalmente fue tomado en cuenta. Fue la generosa manera campesina de resolver la falta de liquidez de la población urbana que se quedó sin ingresos, mediante trueques y créditos de largo plazo. Es más, muchas familias que habían dejado de sembrar, pero aún tienen sus tierras, se han volcado de nuevo a la agricultura. Ojalá esta dura lección de lo que realmente sostiene la vida, perdure lo suficiente, ojalá la política pública se vuelque a cuidar la subsistencia como base de cualquier desarrollo local.

Jonathan Cifuentes

Los sueños de una Saramanta

Conversamos por teléfono con Patricia Túqueres mujer líder, luchadora por la defensa de los derechos de la naturaleza quien actualmente pertenece a Saramanta Warmikuna (hijas del maíz) una articulación de mujeres defensoras, sanadoras, creadoras y poderosas quienes actualmente están en la vanguardia de la sanación en sus comunidades enfrentando al Covid-19 en la primera línea del cuidado. Esas entrevistas por teléfono tienen mala fama, pero existen casos en que todo se vuelve agradable y se convierte en una charla de amigos, como aquéllas de adolescencia llenas de curiosidad genuina cuando nos sorprende la capacidad que tenemos de encontrar en los pequeños detalles la transparencia del alma escuchada a través de un móvil. Son esas conversaciones con personas que parece se conocieran de hace mucho tiempo atrás, y quizá sea así.

- Volví a escribir después de un sueño que me dijo: “es tu momento, habla, pero habla a través de lo escrito”. Y eso ¿sabes cuándo empezó? empezó con la pandemia.

¿Cómo era ese sueño?

- Estaba en las faldas de una montaña que se llama Comburlo de donde son mis abuelos. Vi a mi abuelita; yo estaba con ella junto con mis primos y mis tíos, que ahora ya son fallecidos, todos son finaditos. En el sueño mi abuelita me dice “anda a la choza y trae capulí” pero al momento que yo voy a la choza para coger el capulí sólo encuentro unas frutas que se llaman wualikones que les conocen más como fiapas. No son tan parecidas a la uva. La fruta estaba junto a un oso, porque es el alimento de los osos, y cuándo el oso me quiere aruñar veo que sus uñas parecen lápices. Yo trato de cubrirme la cara y cuando me doy cuenta, le estoy teniendo la mano al oso, que en realidad es un manojo de lápices. Regreso donde mi abuelita y ella me dice, killkay [escribe] y entonces hago un recorrido de todo lo que yo conocí de niña; los páramos de Comburlo, Cambugan, Minaschupa, Padrechupa, Kayma Shamuna Kanki, hasta llego al filo de Cotacachi. Ahí aparece mi abuelito y me dice, acá tienes que venir, kaima shamuna kangi, y me desperté.

Al momento que me despierto en mi tiempo, cuerpo, corazón y aliento tengo la necesidad de escribir, tengo la necesidad de ver a través de mis ojos, el texto, las hojas, lo que era mi niñez, y simplemente empiezo a escribir y las palabras brillan ahí. Eso me pasó y volví a escribir, y por eso ahora viene esa lucecita a mi mente y simplemente empiezo a escribir y ahí me veo, me leo y me pregunto si yo escribí eso.

¿Cómo volviste a Saramanta?

- Yo no retomé ser Saramanta, fue al revés, ellas me retomaron. Retomo por mis guaguas para que anden nuevamente el camino que hicimos tiempo atrás cuando todavía no entraban a la escuela. Nuestro primer recorrido era entrar por Junín, un Junín militarizado, cuando querían los mineros ingresar, en ese pueblito tan chiquito. Entramos por la madrugada, en un camioncito en la mitad de la noche donde encontramos a los militares abajo con los pantalones en las rodillas, no se esperaban que nosotras pasáramos al otro lado del puesto de control. Pasamos tres días allá arriba acompañando e intercambiando con compas de la lucha minera.

De ahí después fue la visita a la laguna de Kimsacocha. Ellos se fueron hasta la laguna y después salimos bañados con mis guaguas recargados de energía. Luego fuimos al Puyo a la casa de Margot, así mismo a un encuentro de Saramantas. Después uno de mis guaguas empezó sus clases del jardín y me quedé, no podía seguir viajando. Sólo quedé para acompañar en Quito a mama Carmen en la dirigencia de la Mujer de la ECUARUNARI.

¿Cómo te ves siendo parte de estas Saramanta?

- Para mi estar en Saramanta es como un renacer. Estoy volviendo a lo que a mí me gusta, que es estar juntada a la gente, que es hablar, que es caminar, ver lo que está pasando en ese momento, ver los problemas que tenemos y pisar en ese momento. La ida con la familia a Fierro Urku, monte amenazado por la minería, fue descubrir que a Waira, uno de mis hijos, lo protege una laguna que es una niña pequeña, que le gusta jugar a que su agua cristalina empieza a bailar cuando ve a niños. Decía mama Carmen que son espíritus de los niños, que el agua te llama para jugar, pero cuidado no te encantes con el agua, puede ser que el espíritu se quede ahí.

Es un momento de ensueño, como que estás viviendo la realidad a través de una ficción, esto es lo que yo quiero para mí y para mis hijos; para mi pareja y toda mi familia. Volver me ha dado la oportunidad de reencontrarme con mi esposo ya que nos conocimos en procesos de lucha, caminando por los páramos defendiendo la vida y las montañas. Es poder transmitir esa información, es poder mostrar que mamá Pati no es solamente quien está sentada en un escritorio detrás de una computadora, que vean que le gusta el campo, le gusta estar con los animales, le gusta ordeñar, le gusta un zambo recién hecho; quiero que ellos prueben el sabor de la comida natural y no sólo la que compras en la tienda. Quiero demostrar a mis hijos que valoren lo que tiene su campo, el aire fresco, enseñarles los principios básicos de la naturaleza como la dualidad, que todo está integrado por más opuesto que se sean la luna y el sol, el macho y la hembra que hacen la vida.

Quiero también transmitir mi mensaje a otras personas, que no solamente sean una o dos, sino que vean que nosotras estamos ahí sentadas en la tierra, que nuestra raíz está ahí, que no nos dejamos por más obstáculos que nos toque vivir, que las mujeres somos fuertes, somos dadoras de vida que protegemos la tierra como a nuestro hijo que es nuestro vientre que es la energía que nos da para caminar cada momento.

Entrevista a Patricia Túqueres: Felipe Bonilla

Notas:

[1] Artículo 57.4 de la Constitución del Ecuador

[2] Corte Constitucional, Acción número 1901-18-EP

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Fuente: Biodiversidad, sustento y culturas #106

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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